martes, 31 de enero de 2017

Meditación: Marcos 5, 21-43


San Juan Bosco

¡Qué angustiado se sentiría Jairo al salir de su casa, donde su hija yacía al borde de la muerte! ¡Y con cuánta desesperación quería la enferma de hemorragia tocar el manto de Jesús!

Ambos sabían que si encontraban al Señor, él les haría el milagro. Jairo se abrió paso por la multitud y cayó postrado a los pies de Cristo, suplicándole que curara a su hija; la mujer, sintiéndose indigna, humildemente estiró la mano llena de fe. Sin dudarlo un momento, Jesús sanó a la mujer y fue a revivir a la hija de Jairo.

Este es el mismo Jesús que ha destruido las garras de la muerte y liberado a todos los que creen y son bautizados en él. Esta plenitud de vida, esta libertad de la muerte, no es solo para el futuro, sino para experimentarla hoy, porque la muerte sigue actuando en todo lo que nos separa de nuestro Padre celestial.

Se nos han dado todas estas maravillosas realidades, pero lo más extraordinario es que, con una facilidad sorprendente, nos contentamos con vivir en un plano muy inferior al que nos señala la Sagrada Escritura. Muchas veces nos parecemos a los amigos de Jairo, que le decían: “¿Para qué sigues molestando al Maestro?” (Marcos 5, 35), porque nos cuesta creer que Jesús sea tan poderoso y compasivo. Pero Dios es bueno y quiere darnos lo mejor; tanto es lo que ha deseado bendecirnos que entregó a su Hijo único para rescatarnos de la muerte.

En efecto, los fieles de Dios tenemos una herencia magnífica en Cristo y por eso podemos experimentar gozo, incluso en las circunstancias más difíciles. Esto nos da fuerzas para orar por los enfermos y verlos recuperar la salud, porque en realidad ¿es acaso demasiado difícil para Dios resucitar a alguien en respuesta a nuestras oraciones? En todo esto, la clave es la fe: obedecer y confiar plenamente en el amor infinito de nuestro Dios. Dobla hoy la rodilla con nosotros ante Jesús, hermano, y póstrate a sus pies, esos pies que fueron traspasados por nuestras maldades, los pies que salieron victoriosos del sepulcro. Estiremos la mano y toquemos el borde del manto del Señor para que él nos llene de su vida poderosa.
“Padre eterno, ayúdame a recibir la vida nueva que me ofreces cada día; pongo toda mi esperanza y confianza en ti, el divino Autor de la vida y Creador de todo.”  
Hebreos 12, 1-4
Salmo 22(21), 26-28. 30-32

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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