jueves, 19 de enero de 2017

Meditación: Marcos 3, 7-12


Imagínese la agitación que acompañaba a Jesús cuando él y sus discípulos se trasladaban de un pueblo a otro: “¡Vengan a ver al hombre que sana a los leprosos!

¡Vengan a ver al que expulsa a los espíritus impuros y enseña con autoridad! ¡Vengan a escuchar al santo que dice que el Reino de Dios está sobre nosotros! ¡Vengan a ver a Jesús de Nazaret, que cura a los enfermos, los ciegos y los cojos!”

La gente venía de todos lados para ver a Jesús realizar milagros y obras portentosas, para sanar de sus enfermedades y ser librados de sus tormentos y penurias. Incluso los demonios, tras proclamarlo Hijo de Dios, se postraban ante la autoridad de Cristo incapaces de resistir su orden de no hablar. Dondequiera que fuera Jesús, todos quedaban transformados y asombrados. Con todo, siempre había algún grado de incredulidad entre la gente; muchos se contentaban con ser curados de sus enfermedades y no asimilaban las enseñanzas de Jesús ni las verdades que proclamaba. ¡Estos eran los que pronto lo rechazarían! (Marcos 3, 19-35).

El mismo fenómeno sucede hoy. Jesús sigue trayendo el Reino de Dios a la sociedad actual. Al ver las señales milagrosas que realiza en el pueblo, nosotros también nos sentimos atraídos, fascinados y asombrados.

Quizás hemos recibido su toque sanador; quizás lo hemos visto derrotar las fuerzas de la oscuridad. Pero al mismo tiempo, algunos posiblemente pasan por momentos de duda y desconfianza, u olvidan incluso las grandes bendiciones que el Señor les ha concedido. Si nos dejamos arrastrar por la corriente del mundo, también podemos alejarnos si nuestras ideas preconcebidas y deseos insatisfechos chocan con las enseñanzas de Cristo.

En aquel tiempo, cuantos venían a ver a Jesús se llenaban de alegría y esperanza. Pero la esperanza que ahora tenemos nosotros es más perfecta, porque sabemos que Jesús resucitó y así ganó la victoria contra el pecado, contra Satanás y contra la muerte misma. Ahora, el Señor nos llama a quienes hemos sido transformados por su vida, su muerte y su resurrección a recibir su Espíritu Santo y vivir según sus inspiraciones.
“Señor, te damos gracias por todas las veces que te has revelado a nosotros en la palabra y en los sacramentos. Concédenos que siempre valoremos estos tesoros y nunca dejemos de dar testimonio de ellos.”
Hebreos 7, 23—8, 6
Salmo 40(39), 7-10. 17

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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