martes, 17 de enero de 2017

Meditación: Marcos 2, 23-28


San Antonio

Al parecer los escribas y fariseos que reprendieron a los discípulos de Jesús por arrancar espigas de trigo en el día de reposo no habían entendido correctamente el significado del mandamiento del Shabbat (Éxodo 20, 8). El Señor defendió a sus discípulos explicando que la necesidad humana auténtica es más importante que la tradición ritual.

Varias veces acusaron a Jesús de infringir el día de reposo, pero él sabía cuál era el verdadero sentido del mandamiento y jamás dejó de observar la santidad de ese día. Incluso explicó que el Shabbat era un día de descaso para los humanos, para que Dios les restaurara la salud y sus energías; era, además, un día para celebrar y agradecer la bondad de Dios y experimentar esa bendición una y otra vez.

En el día de reposo no se podía trabajar en nada, porque había que dedicarlo a Dios, recordar el amor y la generosidad de su Rey, aceptar su presencia de todo corazón y recibir sus bendiciones sin reservas. Este día sigue siendo un día de redención y salvación, en que el Señor bendice el descanso y renueva las fuerzas de su pueblo.

Desde hace dos mil años, los cristianos observamos el reposo sabático el día de la Resurrección de Cristo, vale decir, el domingo, en el cual honramos a Dios por su bondad y nos predisponemos a aceptar su obra en nuestro corazón. Ese día nos congregamos para rendir culto de adoración a Dios en la Santa Misa, escuchar su palabra y recibir su presencia real y su gracia, con la que el Señor nos libra de las cargas y pesares de la semana anterior. Ese día tenemos también la oportunidad de llenarnos una vez más del Espíritu Santo y ver cómo el Señor va borrando los pecados y las faltas que hayamos acumulado.

Finalmente, cada día de reposo es una oportunidad para gozar de las bendiciones que personifican nuestros familiares y amigos, quizá en una cena especial, una actividad de diversión o compartiendo de alguna otra manera. El Señor nos invita como mínimo 52 veces al año a descansar en la gozosa y tranquila protección de su amor renovador y su misericordia. ¡Aceptemos su invitación con mucha alegría!
“Gracias, Padre eterno, por haber dispuesto el vivificante ciclo de trabajo y descanso para la vida humana; gracias por el reposo y la renovación que prometes a todos los que confían de corazón en tu amor.”
Hebreos 6, 10-20
Salmo 111(110), 1-2. 4-5. 9-10

fuente. Devocionario católico la palabra con nosotros

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