Cicatrizando las nostalgías
Una herida abierta lleva tiempo para cicatrizar. Abierta muchas veces por los actos descuidados, ella necesita de un tiempo sagrado para que sea sanada. Mas allá de que el tiempo cure las marcas de la cicatriz, esta nos continúa mostrando algo que fue herido hace un tiempo. No sentir más dolor es certeza de que el pasado ya no pertenece más al presente. Queda solamente la marca de una parte de la historia que muchas veces fue convertida en aprendizaje.
Hay despedidas que se tornan heridas abiertas en el alma. El dolor de la nostalgia de quien se fue crea sendas sin fin en muchos corazones que todavía esperan el regreso de un adiós que ya no tiene retorno. El tiempo de la nostalgia se eterniza en cicatrices que ni el mismo tiempo consigue apagar. Quién se queda siempre espera el regreso de un abrazo que nunca fue permitido o la sonrisa que no podrá ser contemplada.
Las estaciones de la vida surgen en tardes de otoño o se esconden en noches de lágrimas. Hay noches en las que no se ven las estrellas porque la luz de las esperanza fue borradas de las estrellas de la Fe. Nostalgia no reconciliada es dolor sin nombre, es silencio bañado por un océano de lágrimas, es una mañana sin sol en días casi siempre nublados. Quien nunca se despidió de quien un día partió, jamás dejará ir la estación del dolor de su alma.
La nostalgia es de quien se queda apenas con la certeza de muchas esperas. Días largos y segundos sin fin. Fue así que muchos dejaron ir su alegría en el equipaje de aquellos que se fueron. Si el corazón no se reconcilia con la despedida de los otoños del presente, el futuro será una triste espera en bancos de viejos tiempos de carencias no cicatrizadas.
La nostalgia dolorida es una herida abierta, abierta en el tiempo no reconciliado consigo mismo. El miedo de decir adiós nos ata a un pasado que no existe más, pero aun así se hace presente en futuros sombríos.
El remedio que cura la herida de la nostalgia es la reconciliación con el propio dolor que todavía grita en el corazón de quien aun no acepto el peso de las despedidas de la vida. En la nostalgia cicatrizada queda solo la certeza de que un día la vida será plena junto a Dios. En el Altar de la Vida Jesús pidió que la samaritana se despidiera de un pasado de inseguridades y que Su amor acogiera la seguridad de nuevos tiempos. Delante de la despedida y del amor que ahora sería el agua que saciaría toda su sed, ella abandonó el cántaro viejo de otoños para vivir las estaciones de una nueva primavera junto a la Fuente de una nueva vida.
En el amor de Cristo reconciliamos nuestras esperanzas con las nostalgias que se fueron en los equipajes que ya no nos pertenecen.Si el dolor se hace presente, la ternura de Dios es el remedio para curar nuestras carencias que insisten germinar no solo de nuestras fragilidades humanas. Jesucristo abraza todas nuestras carencias y hace de nuestras tristes nostalgias de una tarde sin fin una mañana de nuevos rencuentros con la vida. Somos llamados en todo instante a curar nuestro corazón en su Amor.Todas nuestras tristes nostalgias que todavía no dijeron adiós, son curadas y cicatrizadas en el bálsamo de la paz que nace de las fuentes del amor de Dios.
Traducido por: Exequiel Alvarez
Padre Flávio Sobreiro
Sacerdote de la a Arquidiócesis de Pouso Alegre – MG.
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