viernes, 7 de abril de 2017

Meditación: Juan 10, 31-42


En un apasionado intercambio con algunos de sus opositores, Jesús reveló el verdadero significado del pasaje que dice: “Yo dije que ustedes son dioses” (Juan 10, 34; Salmo 82, 6).

Si era posible decir —les explicaba— que todos los del pueblo de Dios eran “dioses”, ¡cuánto más él, el Hijo Unigénito de Dios, debía ser llamado “Dios”. En esta controversia, Jesús no solo explicó un pasaje de la Biblia hebrea, sino que demostró que él es el verdadero intérprete de toda la Escritura, el Hijo que no hacía nada excepto lo que el Padre le decía (Juan 8, 28).

Durante todo su ministerio, Jesús no cesó de dar vida al texto sagrado en beneficio de su pueblo. Gran parte de su sermón de la montaña (Mateo 5 a 7) es un comentario sobre distintos pasajes bíblicos; un comentario que revela una nueva dimensión del corazón del Padre: “Ustedes han oído que se dijo: ‘No mates…’ —les decía Jesús— pero yo les digo que cualquiera que se enoje con su hermano será condenado” (5, 21.22). Haciendo pasar la atención de sus oyentes de los hechos externos, como el matar, a la condición interna de su corazón, Jesús demostraba lo mucho que Dios anhela transformarnos. No solo quiere decirnos qué es lo que no hemos de hacer, sino que desea darnos un corazón nuevo, libre de pensamientos de cólera y condenación.

Jesús envió su Espíritu Santo a vivir en nosotros para que conociéramos la plenitud de sus promesas. Sin la acción del Espíritu, el texto bíblico se reduciría a una obra maestra de literatura antigua, desprovista de todo poder para sus lectores de hoy. Pero la Palabra de Dios es viva, dinámica y transformadora. Una vez que se hace real y palpable, es capaz de renovar el corazón, la mente y la conducta de quien la medita con humildad.

El poder del Espíritu Santo nos permite entender la Escritura y llegar a conocer a Jesús y a su Padre de un modo mucho más profundo y transformador. Por eso, es conveniente que leamos la Palabra de Dios antes de que llegue la Pascua de Resurrección, y le roguemos al Espíritu Santo que nos conceda una revelación más clara aún, para que nuestra vida se transforme para siempre.
“Espíritu Santo, Señor, haz que las verdades vivificantes que leo en la Escritura penetren en mi corazón, formen mi conciencia y me conduzcan a la salvación.”
Jeremías 20, 10-13
Salmo 18(17), 2-7

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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