Es, sin duda, una
preciosa realidad en la Renovación Carismática: la motivación fundamental de la
mayor parte de las personas que acuden, semana tras semana, a los grupos de
oración, es sincera, despojada de la búsqueda de sí. Van tras el Señor: su
adoración, su alabanza, la acción de gracias, unidos a sus hermanos que se
acercan con el mismo corazón abierto al Señor.
Esta es la realidad que
hace a los grupos de oración lugares privilegiados para la acción del Espíritu.
Ofrece oportunidades que El aprovecha para actuar poderosamente en el interior
de las personas, convertirlas, purificarlas, perfeccionarlas, hacerlas cada vez
más semejantes a Cristo.
Pero no todos acuden, sobre todo al
comienzo, con una intención tan pura y con una motivación tan centrada en el
Señor. No hay por qué extrañarse de ello, aunque desearíamos que todos
siempre estuvieran revestidos de estos sentimientos que reproducen, de algún
modo, los de Cristo cuando se acercaba a orar a su Padre Celestial.
En todo grupo de oración
hay que contar con alguna o algunas personas que, en sus primeras visitas, van
llevadas por el gusto de lo maravilloso: han oído hablar de carismas. Quizás
Dios, a través de sus hijos, se ha manifestado con la gracia de sanaciones
físicas, sobre todo, y el gusto innato por lo que sale de lo ordinario, por lo
"maravilloso" las incita a tomar parte en el grupo. No pocas veces es un cebo que,
providencialmente, utiliza el Señor para comenzar a realizar su obra de
atracción y de conversión. Cuando los servidores están
bien instruidos, saben aprovechar maravillosamente esta atracción para
catequizar progresivamente a las personas.
Ciertamente, en los grupos
de oración que funcionan bien y se abren a la acción de Dios se operan
curaciones, sobre todo interiores, que no pueden menos de elevar nuestro
corazón en agradecimiento y alabanza.
Cuando hablamos aquí del
obstáculo que crea el gusto de lo maravilloso, no nos referimos a quienes están
lejos de los extremos en los que solemos incurrir: la actitud del que se cierra
sistemáticamente a lo sobrenatural y toma una "pose" negativa y la
del que "colecciona lo maravilloso", dejándose guiar por ello y
reduciendo, lamentablemente, la vida espiritual a hechos real o pretendidamente
sobrenaturales. En la Renovación Carismática existe un sano equilibrio, cada
vez más afirmado, en el aprecio y el uso de los carismas y ojalá que se llegara
a tener siempre el verdadero sentido eclesial en el uso y visión de los dones
del Señor.
Nos referimos aquí a los
que se pudieran llamar los "aficionados" a lo maravilloso:
éstos son los que realmente representan
un verdadero obstáculo para el desarrollo y crecimiento del grupo de oración,
a los que hay que tratar de ayudar a superar su situación.
Tales personas no se
avienen fácilmente a oír, y menos a tratar de asimilar, la doctrina de la cruz.
Para ellos cuenta más el poder de Dios que se manifiesta en las sanaciones, que
su misericordia y su compasión que perdona, purifica a sus hijos. La doctrina y
la práctica del perdón no les parecen tan importantes y los frutos del Espíritu
no están puestos en el lugar primordial que deben tener como floración preciosa
de la acción del Espíritu en el alma.
Es una labor de tacto y
de fortaleza, de perseverancia y de paciencia la que ha de ejercitarse con
ellos para que vayan desprendiéndose de
su mentalidad "mágica" e ir equilibrándose en sus juicios y
sentimientos respecto de lo "maravilloso". Negarlo todo, sería cerrar
los canales de la gracia que, ordinariamente, quiere comunicarse a través de
signos sensibles. Aprobar todo (tener ansia de
lo maravilloso) sería ir contra las reglas de la prudencia y la dolorosa
experiencia de siglos, y convertir la sana, fuerte y exigente espiritualidad
del Evangelio en una realidad confortable, fascinadora, sin los sobresaltos que
impone la marcha tras Cristo.
p.Benigno Juanes sj
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