Me descorazona que ustedes no le sirvan y no le canten a Dios con mayor devoción. ¡Deberíamos de arder por Su amor!
Esto es lo que el padre les recomendaba a las monjas del monasterio:
—Madres y hermanas, nuestra vida debe ser una oración permanente. Me descorazona que ustedes no le sirvan y no le canten a Dios con mayor devoción. ¡Deberíamos de arder por Su amor! No estoy completamente de acuerdo con repetir oraciones largas, mientras la mente divaga. Mejor hagamos oraciones cortas, pero haciendo que nuestro ser, nuestro corazón y nuestra voluntad se unan a Dios, por medio del amor.
También les decía:
—Quien crea que ha venido al monasterio para vivir con mayor comodidad y sin preocupaciones, se equivoca, ignorando los fundamentos de la vida monástica y el misterio que “ancla” la vida a los Cielos.
Y agregaba:
—El nimbo luminoso que se presenta en todo el marco de la vida del monje es uno divino, y dichosos quienes permanecen en ese marco hasta el final, sin ningún compromiso. Dichosos tres veces, por haberse hecho dignos de la imperecedera corona de la gloria, por no haber vivido inútilmente en este mundo. Ellos son como árboles transplantados a la orilla del río. Por ellos es que descansará en verdad el Espíritu de Dios y la Santísima Trinidad se hará morada en sus almas.
Y decía también el padre Domecio:
—Sólo algunos como estos tienen una vida feliz, quienes desde su infancia monacal se llenaron del divino don de la pureza total, física y espiritual. Para ellos no hay nada difícil ni impuro. Dice San Pablo que para los puros todo es puro y santo. Para ellos no hay nada complicado, porque todo lo pueden en Jesucristo, Quien permanece eternamente a su lado. El Señor quiere que seamos completamente Suyos, en mente y en cuerpo.
Al cabo de una vida de entrega y esfuerzo, el padre Domecio fue llamado al descanso eterno. Un día, luego de haber oficiado la Divina Liturgia y predicado por última vez, mientras cargaba alimentos junto a otros monjes, subiendo la montaña, se detuvo un momento para sentarse. Poco después se tendió sobre el pasto, con los ojos dirigidos al cielo. Y así fue como entregó su alma en manos de Cristo. Esto ocurrió el domingo 6 de julio de 1975.
Así fue como vivió y se ofrendó por completo el padre Domecio, guía espiritual de los Montes Apuseni (Rumanía).
(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie Bălan, Patericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, pp. 663-664) publicado por Doxologia
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