miércoles, 13 de septiembre de 2017

Meditación: Lucas 6, 20-26


San Juan Crisóstomo, obispo y doctor de la Iglesia

Dichosos ustedes los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios. (Lucas 6, 20)

En el Evangelio de hoy leemos una versión abreviada de las bienaventuranzas, que son los principios fundamentales de la Nueva Alianza que Jesús estableció para el Pueblo de Dios. Según estos principios, llegará un tiempo en que los pobres, los que pasan hambre, los que lloran y los que sean perseguidos por causa del nombre de Cristo tendrán todas sus necesidades satisfechas y heredarán la gloria del cielo, siempre que se mantengan fieles hasta el fin (Apocalipsis 2, 26).

Jesús sabía por experiencia propia lo que era ser pobre pero también tener como herencia el Reino de Dios. El Hijo del hombre escogió una vida sencilla, porque tenía el corazón puesto en tesoros más elevados (Mateo 6, 33). Orando durante la noche (Lucas 6, 12) y ayunando por cuarenta días (Mateo 4, 2), quiso pasar hambre a fin de dedicar tiempo a Dios en la oración, buscar la voluntad divina y recibir el amor del Padre.

Tanto rebosaba su corazón del deseo de dar a sus discípulos todo lo que el Padre le había dado a él (Juan 16, 14), que se lamentaba de la incredulidad de ellos (Marcos 9, 19) y del rechazo que su amor encontraba en Jerusalén (Mateo 23, 37). Finalmente, sabía lo que era ser odiado, rechazado e injuriado como Hijo del hombre; sabía que, al igual que los profetas, sería perseguido y despreciado, porque sus palabras chocaban con los efectos del pecado que oprime el corazón humano. Con todo, y al igual que los profetas, no podía dejar de anunciar su mensaje, porque lo impulsaba el inmenso amor de Dios a su pueblo.

La vida que Jesús ofreció a los judíos es la misma que nos ofrece a nosotros. Es posible que, a primera vista, estas “bienaventuranzas y ayes” nos parezcan demasiado exigentes y a veces ingratas pero, si las meditamos con calma y sinceridad, veremos que lo que nos ofrece Cristo son verdaderos tesoros. El sufrimiento, la persecución y el hambre que describe el Señor nos llegan en proporción a la importancia que le atribuimos al amor y la misericordia de Dios.
“Señor y Dios nuestro, sabemos que tú nos pides hacer sólo aquello que de buen ánimo ya te hemos ofrecido por amor y gratitud. Por eso, concédenos la gracia de vivir según tu promesa de que el Padre ha decidido darnos el Reino.”
Colosenses 3, 1-11
Salmo 145(144), 2-3. 10-13

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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