En cada uno de nosotros hay una sed y un hambre de Dios, que con trabajo dominamos.
El Señor le pide a la mujer samaritana: “¡Dame de beber!” y no bebe; sus discípulos le piden: “¡Come, maestro!”, pero no lo hace.
En cada uno de nosotros hay una sed y un hambre de Dios, que duramente dominamos. No nos lo permitimos los unos a los otros, no conocemos el Don de Dios, la fuente es profunda, la comida debe ser comprada lejos, uno es el que siembra y otro el que cosecha.
Hemos cavado tanto y tan profundamente en la tierra, buscando agua, que casi la hemos convertido en un riachuelo por el que podemos ver todo el Cielo dador de vida eterna.
(Traducido de: Pr. Sever Negrescu, Fărâmituri de cuvinte, Ed. Doxologia, Iași, 2011, p. 38)
Fuente: Doxologia
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