martes, 3 de octubre de 2017

Iglesia en salida














En la Exhortación apostólica “La alegría del Evangelio”, Francisco destaca lo esencial de la misión para la Iglesia. La evangelización obedece al mandato misionero de Jesús (Mt 28, 19-20); somos invitados, como seguidores y discípulos, a predicar el Evangelio en todo tiempo y en todas partes. De ahí que sea perfecta la imagen de “Una Iglesia en salida”. Figuras bíblicas que muestran ese dinamismo de salida: Abraham, Moisés, Jeremías, los mismos apóstoles… Hoy el mandato de Jesús sigue activo, en nuevos escenarios y con nuevos desafíos, y es una llamada para todos… “Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (20)

“La alegría del Evangelio que llena la vida de la comunidad de los discípulos es una alegría misionera” (21). Es la que viven los 72 discípulos que regresan de la misión (Lc 10, 17), y la vive el propio Jesús (Lc 10, 21), así como la experimentada por los apóstoles en Pentecostés (Hch 2, 6). Esa alegría es un signo de que el Evangelio ha sido anunciado y está dando frutos, pero no para detenernos sino para salir siempre otra vez a la siembra: implica el dinamismo del éxodo y el don, del salir de sí, del caminar y sembrar siempre de nuevo, más allá, confiando en la fuerza de la semilla.

Esta Iglesia en salida de la que habla la exhortación, vive la intimidad con su Señor en clave de itinerancia, y ha de salir a anunciar el Evangelio “a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demora, sin asco y sin miedo” (23).

¿Cómo describe la exhortación a esa Iglesia en salida?

Como “comunidad de discípulos que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan”.

1. “Primerear”: La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la amó primero, y por eso sabe ella también adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva. El papa nos invita a “primerear”, a tomar iniciativas, a atrevernos…

2. Involucrarse: Como consecuencia de lo anterior, la Iglesia ha de involucrarse. Jesús lavó los pies a sus discípulos. El Señor se involucra e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos, y luego dice que seremos felices si hacemos lo mismo (Jn 13, 17). La comunidad evangelizadora se mete con obras y con gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo. Habla de evangelizadores con olor a oveja, para que estas escuchen su voz.

3. Acompañar: La comunidad evangelizadora por tanto está dispuesta a acompañar. Acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean. Sabe de esperas largas y de aguante apostólico. La evangelización tiene mucho de paciencia y evita maltratar límites.

4. Fructificar: Fiel al don del Señor, la Iglesia sabe también fructificar; está atenta a los frutos, porque el Señor la quiere fecunda. Cuida el trigo y no pierde la paz por la cizaña. Cuando ve que esta despunta en medio del trigo no tiene reacciones quejosas ni alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne en una situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos e inacabados. El discípulo sabe dar su vida entera, incluso hasta el martirio, como testimonio de Cristo, pero su sueño no es llenarse de enemigos, sino que la Palabra sea acogida y manifieste su potencia liberadora y renovadora.

5. Festejar: La comunidad evangelizadora celebra y festeja cada pequeña victoria, cada paso adelante en la evangelización, lo hace gozo, y ese gozo se vuelve belleza en la liturgia, buscando hacer el bien en medio de las exigencias diarias.
Por tanto, mirando el programa anterior, vemos que la Iglesia necesita “avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están” (25). Ha de constituirse en un “estado permanente de misión” (25); dicho con palabras de Pablo VI: “un anhelo generoso y casi impaciente de renovación” cuando pensamos en el ideal de la comunidad y su realidad concreta; o como lo expresa el Vaticano II: Apertura a una permanente reforma (Unitatis Redintegratio, 6). Por tanto no es nuevo lo que la exhortación propone. Reconoce el documento que “Hay estructuras eclesiales que pueden llegar a condicionar un dinamismo evangelizador” (26), por eso la importancia de una constante renovación. Pero nada hacemos con cambiar ciertas cosas por fuera, por otra parte, sino cambia el espíritu: “Sin vida nueva y auténtico espíritu evangélico, sin fidelidad de la Iglesia a la propia vocación, cualquier estructura nueva se corrompe en poco tiempo” (26).
Esta impostergable renovación eclesial tiene un espíritu: “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación” (27). Es el sentido de la renovación a la que Francisco nos convoca: que todo en la Iglesia apunte a la misión. La exhortación presenta y comenta diversos ámbitos de esta renovación eclesial: la parroquia (28), otras instituciones eclesiales, comunidades de base, movimientos (29), las Iglesias particulares y sus obispos (30 y 31) y el propio papado (32). No vale aquello de “siempre se ha hecho así”, sino que, dice: “Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades” (33), y esto “sin prohibiciones ni miedos”, buscando siempre caminar juntos, como Iglesia.

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