miércoles, 11 de octubre de 2017

Meditación: Lucas 11, 1-4

Jesucristo, nuestro Señor, nos enseñó a considerar a Dios de un modo completamente nuevo, inimaginable para sus contemporáneos, para quienes tratar al Altísimo como “Abba”, es decir “Papá querido” era falta de respeto. Sin embargo, Cristo, con su muerte y su resurrección, consiguió para el ser humano el paso hacia las moradas divinas; así, Dios, el Padre del Hijo Unigénito, vino a ser el Padre de los hijos adoptivos que Jesús obtuvo para él, vale decir, nosotros los creyentes.












Cuando Jesús enseñó el “Padre Nuestro”, nos elevó a un plano mucho más cercano y directo a la presencia del Todopoderoso, algo que en el pasado nos parecía tan distante y ajeno a la cotidianidad humana. En efecto, la muerte de Cristo nos reconcilió con Dios, y nos dio la posibilidad de gozar de una comunión personal de amor con nuestro Padre. Al acercarnos a nuestro Creador en la oración, sabemos que él nos conoce íntimamente y desea lo mejor para nosotros.
La oración del Padre Nuestro proviene en cierto modo de las tradicionales oraciones hebreas que conocían los discípulos de Cristo, como el Qaddish, que dice: “Exaltado y alabado sea su nombre sagrado en todas las edades que Dios ha creado conforme a su santa voluntad” y “Tú eres santo y tu nombre es magnífico, no hay otro Dios fuera de ti. Bendito seas, Yahvé, el Dios santo.”
En el Antiguo Testamento también hay oraciones e himnos a la majestad y la santidad de Dios: “Señor, es grande mi maldad; perdóname, haz honor a tu nombre” (Salmo 25, 11); “No me hagas rico ni pobre; dame sólo el pan necesario” (Proverbios 30, 8); “Perdona las ofensas a tu prójimo, y Dios perdonará tus pecados cuando se lo pidas” (Eclesiástico 28, 2).

Jesús transformó estas oraciones tan amadas por su pueblo en el crisol de su crucifixión. Sabiendo que Dios es nuestro Padre, gracias a Jesús podemos decirle “Padre mío”. En realidad, no nos hemos acercado a un Dios indiferente ni distante, sino a un Padre misericordioso. Cuando oramos, Jesús ora con nosotros y él nos guía en la oración y es nuestra mejor compañía.
“Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu Reino y hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día, no nos dejes caer en tentación y líbranos de todo mal. Amén.”
Jonás 4, 1-11
Salmo 86(85), 3-6. 9-10

fuente: Devocionario La Palabra con nosotros

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