San Juan de Brébeuf y San Isaac Jogues,
presbíteros, y Compañeros mártires
Jesús amaba a los fariseos, aun cuando éstos eran sus enemigos y lo perseguían por envidia y desconfianza. El amor de Jesús a sus paisanos judíos, que seguían ciegamente el camino erróneo marcado por los fariseos, lo movía a denunciar las prácticas de éstos y reprenderlos severamente.
Viendo cómo los jefes religiosos conducían al pueblo, Jesús utilizó el rechazo que sufrieron los profetas como ejemplo de la hipocresía y la ceguera de los fariseos.
Desde Abel hasta Zacarías (que fue asesinado en el templo mientras trataba de llamar al pueblo a volver al culto verdadero), los jefes religiosos no habían querido aceptar la Palabra de Dios y en su lugar habían preferido sus propias interpretaciones. Aparentaban espiritualidad, pero trataban de sacar provecho personal de la religión y satisfacer sus propios deseos.
La Sabiduría divina estaba en medio de los fariseos y los jefes religiosos, pero éstos no la veían; en realidad trataban de destruir a Cristo en lugar de aceptar su enseñanza y seguir su ejemplo. Los fariseos se habían adueñado de “la puerta del saber” (Lucas 11, 52), pero no entraban en la “casa de la sabiduría” ni dejaban que otros lo hicieran. Jesús es “la puerta” (Juan 10, 7), la entrada a toda la sabiduría y el conocimiento de Dios.
Rechazándolo, los fariseos se privaban de la sabiduría y el conocimiento de Dios y, por ende, no recibían la obra transformadora que el Espíritu Santo quería realizar en ellos.
Por medio de sus profetas, Dios preparó el camino para la salvación mediante la muerte de su propio Hijo, pero constantemente los jefes actuaron con prepotencia y despreciaron los anuncios de los profetas.
A nosotros se nos presentan las mismas alternativas, porque cada día Dios desea enseñarnos algo más por medio de Cristo. Entonces, ¿qué podemos hacer? ¿Aceptar la guía del Señor a través de su Iglesia, o interpretar las Escrituras y los mandatos de Dios según mejor nos convenga? ¿Seguir a Jesús o dejarnos llevar por nuestros antiguos rencores, apetencias y codicias? Son alternativas que tenemos que definir porque sus consecuencias pueden ser eternas.
“Padre amantísimo, quiero pedirte que tu Espíritu me conduzca a Jesús, y que él me lleve a la casa de la sabiduría y me transforme. ¡Ayúdame, Señor, a optar siempre por la vida!”
Romanos 3, 21-30
Salmo 130(129), 1-6
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