miércoles, 1 de noviembre de 2017

Meditación: Apocalipsis 7, 2-4. 9-14

Todos los Santos
. . . vi una muchedumbre tan grande, que nadie podía contarla. (Apocalipsis 7, 9).
Piensa que te invitaron a un banquete de etiqueta y como eres amigo cercano de quien lo ofrece, crees que sabes bien quienes van a estar ahí. Pero cuando llegas, te sorprendes al ver que, junto con las personas conocidas, hay muchos otros que no conoces o que no se te ocurría que pudieran ser invitados.


Algo así es lo que probablemente vamos a experimentar cuando lleguemos al cielo. Tal vez esperaremos ver a los abuelos o al párroco que conocimos en la niñez. Pero nos parecerá extraño si vemos a un criminal condenado que recordamos haber visto en las noticias o al muchacho abusador que nos intimidaba en la escuela.

Por esto la fiesta de hoy, de Todos los Santos, es tan valiosa. Hoy celebramos, no a los santos cuyos nombres conocemos y que aparecen en los registros católicos o en los calendarios, sino a todos aquellos santos cuyos nombres nadie conoce y que han sido una bendición para la Iglesia en cada generación. Celebramos a todos aquellos que forman la “gran multitud” que menciona la primera lectura de hoy.

Esta multitud de santos está formada por padres que perseveraron en la educación de sus hijos en la fe; y también por empleados de gasolineras y abogados, trabajadores portuarios y actores de cine que lucharon contra sus pecados y debilidades, pero que confiaron en la gracia de Dios para ayudarles a superar las dificultades. También hay los que fueron presos y refugiados que creyeron en el amor de Dios y confiaron en que él los cuidaría; los que creyeron desde su niñez y también los que se convirtieron en la vejez. Todos supieron que no era por su propio esfuerzo, sino por el poder de Dios que pudieron llegar a santificarse.

¡El cielo es enorme! En él hay cabida no sólo para los grandes santos, sino para todos los que vivieron para el Señor. Hermano, deja que esta verdad te llene de esperanza a ti y a toda tu familia, incluso los que más te preocupan. No se excluye a nadie, ni hay nadie que esté demasiado perdido. El Señor es un Dios milagroso y eso significa que cualquiera puede llegar a ser santo.
“Padre amado, te doy gracias por tu gran amor y misericordia. Ayúdanos, Señor, a todos a ser santos como tú eres santo.”
Salmo 24(23), 1-6
1 Juan 3, 1-3
Mateo 5, 1-12

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