viernes, 3 de noviembre de 2017

Meditación: Lucas 14, 1-6

Hoy leemos que, una vez más, Jesús provocó una controversia por haber curado a un enfermo en día de reposo.

La curación despertó la ira de los fariseos por el mezquino entendimiento que éstos tenían de la voluntad divina. La forma rígida en que aplicaban la ley del día de reposo no dejaba lugar al amor ni a la misericordia, que son los pilares fundamentales de cada uno de los mandamientos de Dios, y los llevaba a rechazar a Cristo y buscar cualquier pretexto para tratar de hacerlo caer. Por su parte, el Señor aprovechaba estas ocasiones para enseñarles acerca de la esencia misma de la ley de Dios, que consiste en la misericordia y la restauración de la vida.
Jesús les hizo ver este exceso de rigidez en forma directa: Si cualquier persona sensata no dudaría en rescatar a uno de los animales de su granja que estuviera en peligro mortal, ¿cuánto más Dios desearía salvar a uno de sus hijos que se encontrara en grave necesidad? De todos los días de la semana, el sábado, es decir el día de reposo que estaba dedicado a Dios, debería ser el más apropiado para que los hijos recibieran el amor sanador del Padre. Después de todo, ¿acaso no ha querido siempre el Señor que entremos en su reposo?
Jesús vino a inaugurar este descanso en la tierra mediante su pasión, su muerte y su resurrección. Los que formamos el Pueblo de Dios, la Iglesia, podemos ahora experimentar ese reposo de una manera cada vez más profunda, y eso nos permite ver que Dios es nuestro Padre misericordioso y que le pertenecemos a él.
¿Cómo podemos experimentar el reposo de Dios? El camino más eficaz es la oración, que nos pone en contacto con las realidades del Reino de los cielos. Si abrimos el corazón mediante la oración, la lectura de la Palabra de Dios, y la vida sacramental de la Iglesia, la vida divina llenará nuestro ser con más libertad y podremos adquirir una mayor confianza en su amor y recibir su poderoso toque sanador.
El Señor está siempre deseoso de prodigarnos su bendición, en forma de paz, perdón, sanación o de cualquier otra manera, especialmente cuando hacemos oración y lo recibimos en los Sacramentos.
“Jesús, Señor y Salvador mío, te ruego que vengas a mi corazón. Permíteme entrar en tu reposo y experimentar tu misericordia y tu salvación. Ayúdame, Señor, a ver que el amor es la esencia de todas tus leyes.”
Romanos 9, 1-5
Salmo 147, 12-15. 19-20

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