«Todos nosotros tenemos durezas en el corazón. Pidamos al Señor que nos haga ver que estas durezas nos echan al piso. Que nos envíe la gracia y también – si fuera necesario – las humillaciones para que no permanezcamos en el piso y levantarnos, con la dignidad con la que nos ha creado Dios, es decir, la gracia de un corazón abierto y dócil al Espíritu Santo»
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