viernes, 15 de abril de 2016

Meditación: Juan 6, 52-59


Jesús vino a darnos una vida nueva, pero toda forma de vida necesita alimento para sostenerse; así también, la vida que Jesús nos comunica necesita alimento celestial.

Jesús mismo es ese alimento: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna.” En esta frase se repite, con una perspectiva eucarística, lo que Jesús había dicho antes: “El que cree en mí, tiene vida eterna” (Juan 6, 47). El paralelo entre la fe y el “cuerpo” de Cristo, o sea entre la palabra y el sacramento, es claro. La Palabra de Dios, transmitida por Jesús, y el sacramento eucarístico son los dos medios que Dios ha dado a su pueblo para comunicarle la vida eterna.

En estos versículos (Juan 6, 47. 54 y 56) vemos que el que permanece en Cristo y Cristo en él tiene vida eterna. Esta idea de la presencia recíproca de Cristo en el cristiano y del cristiano en Cristo también se refleja en la analogía de la vid: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante” (Juan 15, 5). El pan y la vid (en su relación con el vino), el Cuerpo y la Sangre de Cristo, son los elementos de la Eucaristía. Cuando el cristiano participa en la Sagrada Eucaristía, permanece en Cristo y Cristo en él.

Las bendiciones de la Santa Comunión dependen hasta cierto punto de cómo hayamos preparado nuestro corazón y del hambre y sed con que anhelemos recibir al Dios vivo: “A los hambrientos los colmó de bienes y a los ricos los despidió sin nada” (Lucas 1, 53).

Es importante no pensar que la Eucaristía no es más que un símbolo externo de lo que ya tenemos por fe en la palabra. No, en ella el Señor nos comunica verdaderamente, desde su trono celestial, los poderes de su propia vida divina, bendiciones que recibimos en la misma medida en que las deseemos y la fe que tengamos. Cuando nos preparamos para la Eucaristía con ferviente oración y meditación, como siempre deberíamos hacerlo, podemos estar seguros de que el Señor renovará nuestra vida de un modo más excelente de lo que podríamos imaginarnos. Aunque no sientas nada particular cuando comulgues, convéncete de que Jesucristo, el Rey del Universo, está entrando en tu persona, en tu alma, para bendecirte, cuidarte y protegerte.
“Señor Jesús, creo que todo el que come tu cuerpo y bebe tu sangre recibe la vida eterna. Por eso, te pido como tus discípulos: ‘Señor, danos siempre de ese pan’ (Juan 6, 34).”
Hechos 9, 1-20
Salmo 117(116), 1-2

fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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