Jesús entró a Cafarnaún, y cuando llegó el sábado, Jesús fue a la sinagoga y comenzó a enseñar. Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas. Y había en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar: "¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios". Pero Jesús lo increpó, diciendo: "Cállate y sal de este hombre". El espíritu impuro lo sacudió violentamente y, dando un gran alarido, salió de ese hombre. Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: "¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!". Y su fama se extendió rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea.
RESONAR DE LA PALABRA
Alejandro Carbajo, cmf
Queridos amigos, paz y bien.
No hace mucho me preguntaron por qué los sacerdotes no predican con la fuerza de los primeros apóstoles, cuando se convertían de repente varios miles de personas. Quizá nos falta novedad, precisamente, lo que tenía Jesús. En este mundo en que vivimos, todo tiene que ser nuevo. Teléfonos, ordenadores, televisores de última generación, el sistema operativo del ordenador, la versión del programa que usamos cada día, la ropa todas las temporadas… Todo hay que actualizarlo cada poco tiempo. Lo viejo, cansa. Lo nuevo, atrae.
¿Cómo dar al mundo la novedad del Evangelio? Porque el mensaje de Jesús es absolutamente nuevo. Y el ser humano no ha cambiado tanto en los últimos 2000 años: todos queremos ser felices y todos vamos a morir. Y dar sentido a toda la vida y también al final de la misma es algo que la Buena Nueva puede hacer.
Quizá no creemos lo suficiente. Es verdad que no hemos visto liberar a endemoniados cerca de nosotros, como los contemporáneos de Jesús, pero cada día se realizan un montón de pequeños milagros. Gente buena, haciendo cosas buenas por los demás. Médicos y enfermeros en hospitales, voluntarios en comedores populares, catequistas en parroquias… Mucha gente ha sentido en su vida que Jesús, con su autoridad, ha entrado en su vida, le ha dado sentido y ahora merece la pena seguir sus huellas.
Quizá creemos, pero no se nota en nuestra vida. Ahora que empieza el año, mira si entre todas las cosas que haces durante las 24 horas del día te queda tiempo para Dios. ¿Cuánto tiempo tienes para la oración? ¿Para leer la Biblia? ¿Haces algo por los demás? ¿Qué tal los sacramentos, sobre todo la Santa Misa y la reconciliación?
Si todos los cristianos hiciéramos más, seguramente el mundo sería un lugar mejor. Si se viera más nuestra fe, la gente, seguramente, se sorprendería. Y podríamos hablar con autoridad. Como Jesús.
Tu hermano en la fe,
Alejandro, C.M.F.fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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