¡Hosanna!
Jesús entra en Jerusalén.
Para un espectador es una entrada más sorprendente que espectacular.
No se ve nada del estilo de las películas de Hollywood. No es el rey soberbio sobre caballo blanco con la espada en la mano y la exclamación triunfante. Es totalmente otra historia. El humilde siervo monta en un burro, saludado con los ramos de olivo y los cantos de los niños: “Bendito el que viene en nombre del Señor”. Es obvio que los orgullosos están ausentes, no es su fiesta. Solo humildes y sencillos saludan a su rey, es su día de visitación.
Un devoto hebreo podía claramente reconocer en esta aparentemente rara procesión el signo mesiánico y el cumplimiento de la profecía: “¡Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Grita de júbilo, hija de Jerusalén! Mira que tu Rey viene hacia ti; él es justo y victorioso, es humilde y está montado sobre un asno, sobre la cría de una asna“ (Zac 9,9.)
Jesús es hoy tan solemne y digno.
Pero él no grita, no levanta la voz ni la hace resonar por las calles. No rompe la caña quebrada ni apaga la mecha que arde débilmente (cfr. Is 42,2-3). Nos dice que si hay solo un poco de bien en nuestro corazón, todavía existe la esperanza de que nos liberemos de los grilletes del mal. Si el corazón esta un poco abierto a la luz de la fe y del amor, hay la esperanza de que la tiniebla y el miedose disipen. Jesús hoy está a la puerta y llama: “si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su casa” (Ap 3,20).
Jerusalén
La acogida cordial y real no engaña a Jesús.
El conoce la verdad de la ciudad de Jerusalén. Y él llora sobre ella. Las lágrimas son en sus ojos limpios porque ve y sabe todo.
En Jerusalén él no ve solo el templo esplendido, las murallas imponentes, las piedras preciosas. Él ve, en lo más íntimo y profundo de sus habitantes, ve su más grande tragedia: el corazón humano está cerrado a las promesas divinas. Es ya una sentencia conocer a Dios y sus promesas y vivir como si no existirían. Y una de las más peligrosas trampas del diablo es: tendrás el tiempo para pensar en el cielo, hoy aprovecha todos los placeres de la tierra.
No dejó en Jerusalén piedra sobre piedra, porque no ha sabido reconocer el tiempo en que fue visitada por Dios (Cfr. Lc 19,44). Jesús llora sobre cada alma que no reconoce la hora de su visita. Para nosotros esta hora es la semana santa en la cual entramos con este domingo de ramos.
Llegó la hora
Querido hermano, se bien que el ritmo de vida no se detiene para ti solo porque es la semana santa. El mundo moderno no tiene en cuenta de las particularidades de estos días. Siguen como siempre los compromisos cotidianos, las compras semanales, las visitas y citas acordadas, las preocupaciones y el intento de llegar a una vida mejor y próspera, aunque llena de estrés y de carreras. Pero, por favor, esta semana detente un poco e intenta tomar un aliento. A pesar del mundo externo, tómate el tiempo para entrar en tu alma.
Simplemente, sincroniza tus horas con las horas de Jesús.
Sabes si tan solo los relojes se sincronizan para las situaciones más sencillas de la vida, los amigos, los cooperadores, los novios pueden encontrarse, los medios públicos pueden utilizarse a tiempo y los proyectos comunes pueden realizarse. Jesús siempre ha mostrado gran compasión por nosotros, es hora de que nosotros lo sigamos y tengamos compasión por él. Para que de Dios-hombre aprendamos vivir y amar, donar y perdonar.
En tu corazón piensa sobre el misterio del jueves, viernes y sábado Santo y participa en los ritos en tu Iglesia. Prepárate para la Pascua. En los misterios del Triduo Pascual se esconde el misterio de tu vida. Sigue a Jesús en el cenáculo de la última cena, en el montede los olivos, en su camino del sufrimiento hasta la crucifixión, muerte, sepultura y resurrección.
Intenta seguir a Jesús hora a hora.
¿Con qué estado de ánimo el Señor habrá enfrentado estos días? ¿Cuáles eran sus temores, esperanzas y turbaciones al subir a Jerusalén? ¿Servirá todo ese sufrimiento para que el hombre entienda finalmente quien es Dios, que piensa y cuanto lo ama?
Via Crucis
No te equivoques, no hay hombre que no sufre.
No pienses que eres sólo tú quien sufre. Y tampoco pienses que estas solo en tu sufrimiento.
Jesús está contigo. Él es la fuerza en las debilidades.La ayuda en las impotencias. La victoria en las derrotas. La respuesta a las preguntas. Contemplando su camino de la cruz comprenderás tu camino y encontrarás la fuerza para resistir hasta la final. Solo ten fe.
Encontramos en esta semanaa Jesús en el caminode la cruz. Es al mismo tiempo su camino el y nuestro. Observemos y comprenderemos el significado de sus estaciones.
La gente nos juzgará, pero Dios es quien justifica. Será imposible evitar el sufrimiento, pero Dios siempre dará la fortaleza para soportar. Bajo el peso caeremos y pensaremos que no tendremos más la fuerza para continuar, pero Dios nos levantaráy animará.
Cuando empecemos a pensar que nos quedamos solos, Dios nos enviaráen la vida las personas que nos ayudarán, alentarán, aliviarán. Siempre será alguien que nos comprenderá y no nos juzgará. Y nosotros a menudo no seremos capaces de retribuir de otra manera que con el rostro y los ojos agradecidos.
En nuestra debilidad no podremos evitar entristecernos y hacer sufrir a los seres más queridos, incluso miembros de la familia, pero Dios sanará las heridas.A pesar del propio sufrimiento, encontraremos la fuerza para olvidarnos de nosotros mismos y consolar a los que nos rodean y que sufren también, dando sentido al propio sufrimiento, ofreciéndolo por el bien de los demás.
Deseos y esperanzas de no caer de nuevo fracasarán, pero Dios misericordioso nos levantará de nuevo.Estaremos desnudos delante de los demás y sabrán nuestros secretos, los mismos de los cuales nos avergonzamos, pero Dios no se olvidará de nosotros ni nos dejará solos. Él nos protegerá y nos vestirá con la dignidad restituida.
Habrá acontecimientos que nos clavarán en la cruz y que a lo largo de la vida no seremos capaces de liberarnos, pero Dios lo aprovechará para que por medio de esta cruz lo encontremos, conozcamos y nos salvemos. Moriremos y dejaremos este mundo, pero sin miedo, sabiendo que por ese camino ya pasó Cristo para prepararnos un lugar en su reino.
Cada estación del camino de la cruz es un encuentro con Cristo que se acerca a nosotros con un mensaje de esperanza y de salvación: “aguanta, estoy contigo”.
Pbro Mislav Hodzic
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