sábado, 14 de abril de 2012
Perdono, luego vivo
Vuelvo sobre el tema del perdón,
que es una realidad necesaria y urgente
para todo aquel que quiera vivir en paz
y tener buenas relaciones interpersonales.
El perdón como una herramienta vital,
esencialmente humana, para la felicidad.
No perdono porque sea tonto,
sino por el contrario porque no quiero serlo
pues tonto es aquel que prefiere estar mal
cuando puede estar bien.
Insisto, el perdón no es igual a la reconciliación;
muchas veces confundimos las dos realidades,
la reconciliación es una vuelta a la relación rota,
el perdón es una vuelta a la paz también rota.
No necesariamente quien perdona
vuelve a entablar relación con el ofensor,
pero ya no conserva la semilla del odio,
del resentimiento o del dolor dentro del corazón.
Quisiera reflexionar sobre algunos puntos
en particular sobre la experiencia del perdón
como un hecho humano:
1. Nadie merece el perdón,
pero todos los necesitamos.
Si el tema es de merecimiento nadie podrá perdonar,
pues muchas veces la intención del otro no es otra que la de dañarme (y si dejo que su odio permanezca en mí, ya está logrando su cometido); por eso, el perdón es un regalo que me hago a mí mismo.
No puedo esperar a que lo merezcas perdón para dártelo, en un acto de libertad y de misericordia te perdono pues no quiero que me siga haciendo daño el pasado. De igual modo, he sido perdonado sin merecerlo, sin que haya hecho nada por lograrlo, porque el perdón es, en primera instancia, un hecho gratuito.
2. Defender mis derechos es una obligación,
hacerlo violentamente -o en los términos de quien nos ataca-
es una necedad.
Con el perdón me muestro diferente al que me ofendió. No somos iguales, ni pensamos iguales. Lo más terrible que puede pasarnos es terminar nivelándonos por lo bajo con otros, usando sus lógicas equivocadas, odiando, ofendiendo, humillando o maltratando; yo decido romper esa cadena y vencer el mal a fuerza de bien como Jesús, el Maestro de la Vida, nos enseñó con su sacrificio en la cruz.
3. Te perdono en mi corazón sin que lo pidas.
No voy a dejar que tu orgullo, terquedad y crueldad me deje sin paz interior. No necesito que hagas nada para perdonarte, ni necesito que sepas que lo hice, porque el perdón es un hecho para mí, para mi sanación, para mi crecimiento, para mi decisión de vivir mejor y ser feliz. Aunque sigas tratando de dañarme, aunque quieras un mal para mí, ten claro que estaré por encima de esa decisión equivocada tuya, porque decido hacerlo, porque puedo hacerlo, porque no te daré el poder de robarme la paz, de afectarme o herirme, pues yo soy el dueño de mi vida interior.
4. Soy creyente pero no masoquista.
Te perdono pero me alejo, cuando tengo claro que me seguirás dañando porque tu actuar está fuera de tu voluntad; cuando inteligentemente me doy cuenta de tu incapacidad de ser de un modo distinto; de que dañas sin querer pues tu corazón está lleno de heridas; cuando me doy cuenta de que haces daño sin que quieras porque no puedes evitarlo o, incluso, porque sientes algo de satisfacción haciéndolo, entonces pongo distancia entre nosotros y te saco de mi vida.
Jesús me invita a perdonar siempre, pero no a ser masoquista.
No te odio, pero tampoco te quiero haciendo parte de mi historia.
P. Alberto Linero Gomez, eudista
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