lunes, 7 de mayo de 2012

La vid y la vida


El tiempo pascual nos asegura una vez mas que Jesús ha resucitado.
En las hermosas lecturas de los últimos cuatro domingos de Pascua, el Señor nos quería manifestar que él no está muerto o ausente. Al contrario, él está vivo y accesible. Como hemos visto, a pesar de que eso parece demasiado bello para ser verdadero, a pesar de que somos lentos para creer por la pobreza de los testigos como Tomás, a pesar de que no siempre nos damos cuenta de que el buen pastor se preocupa verdaderamente por nosotros. Jesús nos repite hoy la hermosa y siempre actual noticia de que él está vivo. Y algo mucho más importante: que él es la vida de nuestra vida.
De eso nos habla hoy con una sublime imagen de la viña.
La viña es la frecuente y preferida imagen bíblica. Pero, esta vez, en las palabras de Jesús se siente una grande novedad : “yo soy la vid y ustedes son sarmientos”. En Cristo el Creador llega a ser la creatura, el alfarero la arcilla, el dueño el siervo. En fin, el viñador llega a ser la vid. Dios se une al hombre para ser su linfa vital. Llego a ser consiente que Dios es la fuente de cada suspiro mío. En cada momento él da la vida a todo mi ser. Estoy vivo porque vivo en Dios.
En Paraguay no he encontrado las viñas, aunque cada día en la misa pronuncio las palabras de bendición a Dios “por el fruto de la vid que será para nosotros bebida de salvación”. Tal vez se comprendería mejor la imagen de la corriente eléctrica. Mira, todos los aparatos eléctricos tan simples como una bombilla de luz o sofisticados como esta computadora en la cual escribo y en la cual tú estás leyendo este texto no podrían funcionar sin una fuerza impetuosa del agua que corre y mueve las turbinas de las empresas de Itaipú y Yacyretá. Así, nosotros mismos damos frutos sólo “conectados” a la linfa vital que de Jesús corre en mi vida.
La imagen de la viña, además, nos explica dos importantes condiciones para poder dar el fruto de la vid y de la vida: potar y morar.
Cortes
No nos gusta mucho esta idea.  Pero, en realidad, si verdaderamente queremos que la vid lleve los frutos, ella se debe podar. Los sarmientos se deben cortar en el punto justo para que todas las energías se concentren en el futuro racimo de uvas. En este lugar del corte aparece una gota, como una lágrima. Es doloroso, pero necesario.
Estoy escribiendo esto y estoy pensando contigo por qué debe ser así. ¿Por qué la vida nos poda tan fuertemente con las desilusiones, fatigas, enfermedades? ¿Es verdaderamente necesario todo este dolor y sacrificio? Admito que solo Dios tiene la respuesta completa y plausible. Nosotros solo intuimos de las palabras de Jesús que Dios nos invita a vivir estos cortes pensando positivamente. Como posibilidad, como inversión, como esperanza, como promesa, como futuro.
A veces se deben podar las cosas malas.  Miedos. Preocupaciones inútiles. Las ansiedades innecesarias. Los malos hábitos de perder mucho tiempo con las vanidades. Las ocasiones del pecado Todo eso que quiere oscurecer tu fe y confianza en Dios. Córtalos y elimínalos de tu vida, sabes que en ellas no eres fuerte. Corta y líbrate de todo eso que te aleja de Dios, de la verdadera felicidad y santidad de vida. Ordena en tu vida las prioridades y las cosas secundarias.
Aunque pensabas que no o te sorprende debo decirte que a veces sí, se debe elegir y cortar también entre las cosas buenas.
A veces debes sacrificar algún buen partido de futbol con los amigos para preparar bien tu examen del día siguiente, rechazar una buena ocasión del segundo trabajo para no herir a tu familia que te necesita más en casa, postergar la realización de un buen deseo de instalar el aire acondicionado para cambiar antes los neumáticos de tu coche para mayor seguridad tuya y de otros contigo…en mil situaciones cotidianas debes cortar también algo bueno para dar mejor fruto.
Comprendemos, en fin, que para dar buen fruto, rico de color y sabor, debemos a su momento y en su lugar elegir, decidir y cortar.
Permanecer
Para llevar el buen fruto en la vida, Jesús nos pide permanecer en él. “El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer”.
Permanecer o morar es la respuesta del hombre a la invitación de Dios. Se trata de morar en su Palabra, en la comunión, en el estado de gracia. Radicar la vida en la cepa que es Cristo. Es mucho más que la simple emoción o cercanía, es un intercambio vital, una relación duradera, una complicidad esencial, una amistad fiel.
Nos revela Jesús que a Dios no debemos buscarlo lejos. Dios ya esta en nosotros. Está aquí dentro de ti. Y como siempre en la vida, nos quedamos ahí donde nos sentimos bien. Un hombre permanece ahí donde respira el aire de libertad y de amor. Donde se sabe reconocido. Donde siendo amado, aprende y empieza a amar.
Muchas veces eso ocurre en nuestro corazón al entrar en oración sin que nos demos cuenta. Que no te sorprenda esto. La vid, en realidad, nace y se desarrolla lejos de las miradas, en la oscuridad, en las profundidades, en las zonas de tu vida resguardadas del ruido, de la curiosidad, del juego de los intereses egoístas, de la exhibición de las apariencias.
Es el privilegio del encuentro con Jesús y de la permanencia en él. Acéptalo.
Es posible
No se si también a ti te parece todo eso un poco difícil. Pero indudablemente es posible y funciona.
Eso nos comprueban tantos ejemplos. Uno de estos es la vida de un pequeño hombre, alto apenas 1.35m, pero un gran santo que celebraremos en estos días: san Leopoldo. En ocasión de la canonización de este sacerdote franciscano, el papa Juan Pablo II dijo algo que tiene mucho que ver con nuestra reflexión: “A los ojos humanos, la vida de este santo se asemeja a un árbol al que una mano invisible y cruel le hubiera cortado todas las ramas una tras otra”.
Te explico por qué.
El padre Leopoldo fue un sacerdote imposibilitado para predicar por un defecto de pronunciación. Era un sacerdote que ansiaba dedicarse a las misiones, y hasta el final esperó el día de partir, que no le llegó porque tenía una salud muy endeble. Era un sacerdote de un gran espíritu ecuménico que se ofreció con entrega diaria como víctima al Señor para que se restableciera la unidad plena entre la Iglesia latina y las orientales separadas aún; pero vivió su vocación ecuménica de una manera totalmente oculta. ¿Y te preguntas en tu interior: qué le quedó a san Leopoldo? ¿A quién y para qué sirvió su vida?
Le quedaron los hermanos y hermanas que habían perdido a Dios y que esperaban en la fila frente a la chiquita habitación del padre para pedir perdón consuelo, paz y serenidad. A estos «pobres» san Leopoldo devolvió la vida, pues con ellos sobre todo celebró incansablemente horas y horas cada día el sacramento de la reconciliación.
¿Ves?, Dios tenía el proyecto bien preciso para la vida de Leopoldo. Así, “podar” y “morar” han santificado su vida y la vida de los otros que encontraba. Así mismo, Dios tiene un designio para tu vida. A pesar que los cortes de la vida a veces hacen nacer las lágrimas en tus ojos, debes saber que Dios no te abandonará
jamás y cuidará siempre tus caminos. Solo permanece en él y tu vida llegará a buen éxito.
Creo firmemente y repito persistentemente: “Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman” (Rom 8,28). Como en la vida de san Leopoldo. Como en tu vida.
Cree.
Es posible.
 Pbro. Mislav Hodzic
fuente PORTAL CANCIÓN NUEVA EN ESPAÑOL

No hay comentarios:

Publicar un comentario