miércoles, 10 de mayo de 2017

Evangelio según San Juan 12,44-50. 
Jesús exclamó: "El que cree en mí, en realidad no cree en mí, sino en aquel que me envió. Y el que me ve, ve al que me envió. Yo soy la luz, y he venido al mundo para que todo el que crea en mí no permanezca en las tinieblas. Al que escucha mis palabras y no las cumple, yo no lo juzgo, porque no vine a juzgar al mundo, sino a salvarlo. El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he anunciado es la que lo juzgará en el último día. Porque yo no hablé por mí mismo: el Padre que me ha enviado me ordenó lo que debía decir y anunciar; y yo sé que su mandato es Vida eterna. Las palabras que digo, las digo como el Padre me lo ordenó". 

RESONAR DE LA PALABRA

José Vico Peinado, cmf
Queridos amigos:

Hoy, cuando he leído el evangelio, me he sentido profundamente interpelado. Dice Jesús que no ha venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. Y yo muchas veces, en nombre propio y en el de Jesús, me vuelvo intolerante y hago las veces de juez de todos. ¡Cuanto me gustaría cambiar mis actitudes de intolerancia geniuda y adusta por actitudes de benignidad y de misericordia! ¡Cuanto me gustaría apropiarme del talante de quien sabe excusar la intención, cuando no puede justificar las obras! En otros términos: ¡Cuanto me gustaría ganar en bondad de corazón, siendo instrumento de salvación, de paz y de reconciliación! Ya sé que no se trata de ser un bonachón de manga ancha. Pero entre la aceptación del todo vale y la cara de vinagre, de quien se considera gendarme de la ortodoxia, hay muchas zonas válidas e igualmente equidistantes. En ellas se expresa el cariño, la ternura y el amor al otro y la dedicación a hacerle feliz.
De todas maneras, me gustaría que estas actitudes no fueran sólo mías. No tengo vocación para ser un mirlo blanco. Más bien, tengo vocación comunitaria. Y sé que la comunidad no es sólo para gozarla, sino también para crearla. En este sentido, me gustaría también contribuir a que mi comunidad humana y cristiana no fuera un saco de cuernos, sino un lugar hogareño de comprensión y de ayuda mutua. Quisiera posibilitar que el mundo en que vivo no fuera inhóspito campo de batallas, sino patria acogedora para quienes hemos sido llamados a vivir en él. Sueño en que superada la sospecha, en todos los ámbitos, las relaciones humanas -individuales, regionales, nacionales e internacionales, interculturales e interreligiosas- se puedan vivir desde la escucha activa del otro y en la confianza mutua. Que no se vuelva a repetir esa insolidaridad que se expresa con aquello de que los problemas de los demás son sus problemas. Sueño con gestar una estructura eclesial, política, económica y social más samaritana, ocupada en atender a quienes han caído en manos de ladrones y en sanear los caminos de la presencia de los ladrones.
Me han dicho que éste es un planteamiento utópico. Probablemente. A mí no me importa que sea utópico, con tal de que haya en él una pizca de realismo para que no entre en el saco de las quimeras imposibles; y, también con tal de que pueda convertirse en posible camino de salvación para el mundo. En mis avances y retrocesos, en mis caídas y levantadas estoy dispuesto a recorrerlo. ¿Os animáis a venir?

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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