“Cree en el Señor Jesús y te salvarás,
tú y toda tu familia” (He 16,31).
Vamos a reflexionar hoy sobre la Primera Lectura de los Hechos de los Apóstoles, que muestra a Pablo y a Silas en la Comunidad de los Filipenses, donde ellos son detenidos después de haber sido golpeados y presos por predicar y anunciar el nombre del Señor.
En la cárcel, un carcelero queda responsable de mantener a los apóstoles para que sean realmente bien vigilados, pero el comportamiento de Pablo y Silas es sorprendente, porque, aún en medio de las aflicciones, las tribulaciones y las persecuciones; aún en la cárcel, a la media noche, de pie ellos rezan y cantan himnos a Dios. Todos escuchaban la alegría, la audacia, pero sobre todo este espíritu evangélico que cuida del corazón de estos apóstoles. Y, de repente, un gran terremoto estremeció aquella cárcel sacudiendo hasta las bases, de modo que las puertas se abren, las cadenas se aflojan y el carcelero mira para aquella situación en pánico, desesperado, pensando en matarse frente a tal incidente.
Pero, Pablo y Silas no lo permiten, es entonces que el carcelero pide: “¿Qué debo entonces hacer para poder ser salvo?”. Y los apóstoles le dijeron: “Cree en el Señor Jesús y te salvarás, tú y toda tu familia”.
Ya saben, mis hermanos, la primera cosa es justamente esto: en medio de las tribulaciones y en las prisiones de la vida y del mundo, en medio de todos los tormentos, nosotros no podemos dejar de lado la alabanza y la acción de gracias; no podemos dejar de rezar y tampoco de cantar himnos al Señor Nuestro Dios. Vamos a romper las cadenas que nos aprisionan, vamos a acabar con las cadenas que nos atan, si nos apoderamos de la oración y de la alabanza a nuestro Dios!
Sí, porque, a menudo, nosotros nos sentimos presos por dentro, sentimos algo aprisionando nuestra alma, nuestro corazón y nuestro espíritu; nosotros sentimos que el desánimo muchas veces se apodera de nosotros y el remedio está en la alabanza, en la acción de gracias y en el reconocimiento de la presencia amorosa de Dios entre nosotros.
Lo que se convirtió a aquel carcelero no fue el hecho de que hubo un terremoto, sino el testimonio, la experiencia alegre y la alabanza que los apóstoles testimoniaron en la cadena.
No importa en que situación te encuentres, no importa si estas aprisionado por las tribulaciones, por las dificultades o por los sufrimientos, lo importante es que des el testimonio por la oración, por la alabanza y por la acción de gracias que Jesús está vivo y está entre nosotros!De esta forma, nosotros, además de derribar las cadenas que nos aprisionan, nosotros llevaremos a muchos a creer en en nombre del Señor, no por nuestras palabras, sino por la vida misma que da testimonio de lo que creemos.
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