lunes, 5 de junio de 2017

Meditación: Marcos 12, 1-12


San Bonifacio, obispo y mártir

En la parábola que el Señor nos cuenta hoy, Israel es la viña encargada a los jefes judíos, es decir, los labradores malvados. Dios es el dueño y los criados enviados a recoger la cosecha son los profetas. Los labradores asesinan al hijo amado del dueño, que es Jesús, y esto les merece el castigo.

Al final de la parábola, Jesús cita el Salmo 118(117): “La piedra que desecharon los constructores es la piedra angular” (Marcos 12, 10), frase muy elocuente porque explica que Cristo iba a ser la Cabeza de la Iglesia.

Sin embargo, añade: “Esto es obra de la mano del Señor, es un milagro patente” (Marcos 12, 11). Estas palabras adicionales parecieran fuera de lugar, porque ¿qué tenía de “milagroso” este cuento?

Aquí es donde la sabiduría de Dios llega a su plena expresión. Consciente de lo que le esperaba en Jerusalén, Jesús se dirige resueltamente a esa ciudad, para ser acusado de crímenes y maldades que jamás cometió; luego, siendo absolutamente inocente, es ejecutado en una forma terriblemente cruel y humillante; pero en ningún momento abrió la boca para protestar ni para quejarse.

Jesús sufrió todo esto porque sabía que este era el único camino para que los humanos pudiéramos llegar a reconciliarnos con el Padre. Ahora, resucitado en gloria, Jesús ha derramado su Espíritu Santo sobre todo su pueblo, la Iglesia, y a cuantos creen en él les ofrece participar en su gloriosa resurrección.

Por eso, querido lector o lectora, cuando la vida te parezca injusta o dolorosa, lee nuevamente esta parábola y medita en lo que Jesús, siendo inocente, sufrió en Jerusalén; así encontrarás consuelo. Cualquiera sea tu circunstancia, si amas a Dios, ten por seguro que él está actuando en tu corazón para darte confianza y consolación. El Padre permitió que Jesús sufriera para salvarnos, para que tuviéramos una relación viva con él, y también aprovecha los acontecimientos de nuestra vida para formar en nosotros el carácter de Cristo. Finalmente, Dios te hará justicia y te brindará su paz. Sólo tienes que confiarle tu vida por completo.
“Padre, quiero poner todos mis problemas en tus manos amorosas, y te doy gracias por tu infinita sabiduría. Espíritu Santo, infunde fuerzas a mi alma para aceptar y obedecer tu llamada con confianza. Abre mis ojos, Señor, te ruego, para que yo vea la maravillosa obra que estás realizando en mi vida.”
Tobías 1, 3; 2, 1-8
Salmo 112(111), 1-6

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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