Estemos serenamente
alerta; seremos
tentados en lo que algunos, acertadamente, designan con el nombre de
"carismanía": deseo
desordenado de carismas. Es un peligro que entorpece la
verdadera efusión del Espíritu Santo; predispone para las "falsas"
iluminaciones y puede llegar hasta la soberbia.
Nada más temible que el
sujeto tercamente persuadido de haber sido agraciado con los dones de profecía,
de interpretación, de conocimiento... Ellos se dan efectivamente, pero están
sujetos al discernimiento para que conste su autenticidad.
Cuando una persona por sí
y ante sí, decide sobre los dones supuestos, nos hallamos frente ante una
situación difícil. Sólo la prudencia, el tacto y, sobre todo, la oración, puede
resolver un problema arduo y doloroso.
El peligro para la
Renovación, para el grupo al que pertenezca y para el propio sujeto es
manifiesto: "Evaluar los círculos de oración por la cantidad de actividad
carismática"; supervisar, discernir, dirigir a esos mismos favorecidos por
el Espíritu? El celo mal orientado, la envidia oculta, el deseo de ser
considerado y admirado... pueden hacer presa en nosotros. El espíritu del mal
no nos tentará abiertamente; lo hará, como a Cristo en las tentaciones del
comienzo de su vida pública, a partir de un bien real o aparente. Es
preciso que los líderes no se consideren inmunes a estos ataques sutiles. Persuadidos
de esta realidad, han de saber conservar
la serenidad interior, ser capaces de examinar, discernir en sí mismos las raíces ocultas
de lo que aparece, en la superficie, como irreprochable. Sin
alteraciones ni congojas, es importante conservar la humildad, la capacidad de
ser ayudados, para mantenerse en ese difícil equilibrio que huye de los
extremos, en la apreciación, deseo y uso de los carismas en sí y en los demás.
Lo que hemos dicho es aplicable al líder en relación con su grupo.
El peligro para la
Renovación, para el grupo al que pertenezca y para el propio sujeto es
manifiesto: "Evaluar los círculos de oración por la cantidad de actividad
carismática"; juzgar la calidad de su vida espiritual por la abundancia
presumida de los carismas y de las manifestaciones sensibles del Espíritu; alejarse
de una dirección sana; resistirse a reconocer el valor de los grandes maestros
de la vida espiritual, siempre actual, y de la tradición inmensamente rica de
la Iglesia, son riesgos demasiado serios y devastadores. Tales personas y el
Espíritu se bastan. No parecen darse cabalmente cuenta de la aventura que
corren al achacarle al Espíritu cosas que solamente existen, respecto de ellos,
en su fantasía exacerbada por el deseo inmoderado de los dones del Señor.
Olvidan que sólo el amor
es la medida de la espiritualidad cristiana. Desconocen lo relativo a esa vida
que "se esconde con Cristo en Dios (Col 3,3), por medio de la
humildad y la mansedumbre aprendidas del Salvador" (Mt 11,29).
Entra, igualmente, en la
"carismanía" un error que indica desconocer la Renovación y no haber
dado con la pedagogía más elemental de la espiritualidad cristiana: esperar que
las vidas sean guiadas, siempre y constantemente, por mensajes y revelaciones
sobrenaturales; de otro modo, "esperar que Dios intervenga de un modo
carismático cuando los poderes naturales son suficientes para resolver el
problema ". Formulando de un modo negativo, "rehusar la obra que
debemos hacer, por ejemplo, el estudio,... con la idea de que el Señor proveerá
a través de sus dones".
Esta actitud implica una falsa persuasión: "Ver
la actitud carismática como un fin en sí, más bien que como un medio para el
crecimiento personal y comunitario
De aquí se sigue el
abandono de toda planificación, discreta cooperación del hombre a la obra del
Señor. Resulta hasta ridículo o tentador respecto de la acción del Espíritu
Santo, la pretensión que, prácticamente al menos, se puede dar: querer
sustituir la reflexión, la instrucción, la demanda de consejo, "por un
"querigma " de neta inspiración carismática ".
p. Benigno Juanes sj
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