San Francisco de Asís
Nuestro Dios nos ama celosamente. Cuando decidimos seguir a Cristo, él nos pide abandonar nuestros propios planes e ideas para adoptar los designios que él ha dispuesto para nosotros. Lo hace porque desea renovar nuestra forma de pensar y señalarnos el camino hacia el Padre.
Por nuestra parte, si seguimos aferrados a las costumbres y conceptos de este mundo, por muy nobles que sean, no podremos aprender a avanzar por ese camino. Dios es quien fija las normas que hemos de cumplir: para que, si queremos seguirlo, no nos aferremos a nada sino a él mismo. Cualquier otra cosa que él no nos haya dado, vendrá a ser obstáculo y tropiezo.
Las cosas que Jesús decía a estos aspirantes a discípulos nos parecen, a muchos de nosotros, demasiado exigentes y un poco extremas, siendo que venían de una Persona tan bondadosa. Casi instintivamente empezamos a pensar que tal vez Jesús estaba nada más que exagerando para lograr su propósito. No obstante, y afortunadamente para nosotros, el Señor hablaba muy en serio. Sabía que el Padre lo había enviado al mundo para redimirnos, con el fin de que pudiéramos llenarnos totalmente de la vida de Dios. En efecto, la transformación que ofrece Cristo no es parcial; es completa y absoluta.
Lo que Jesús pide a sus seguidores tiene por objeto cuestionar las actitudes del corazón no regenerado, pero en lugar de exigir una mayor estrictez en el cumplimiento de las prácticas religiosas, llega al centro mismo de nuestras motivaciones: “¿Cuánto confías en mí? Si yo soy el Señor del universo, ¿confías más en mi sabiduría que en la inteligencia del mundo? ¿Estás dispuesto a obedecer mis mandatos antes que ceder a lo que el mundo te pide? ¿Confías más en mí que en ti mismo?
Pídele al Espíritu Santo que profundice su acción en ti hoy día; él nos ayuda a despojarnos de nuestros egoísmos e intereses terrenales y quiere comunicarnos una fe lo suficientemente firme como para confiar que Dios cumplirá lo que nos ha prometido y atenderá a todas nuestras necesidades. Quiere, además, darnos la seguridad de que él es capaz de colmarnos de un gozo y una paz que sobrepasan con creces todo lo que podríamos lograr por nuestros propios medios.
“Jesús, Señor y Salvador mío, me entrego completamente en tus manos para que me ayudes a amarte de corazón y honrarte con toda mi confianza y obediencia.”
Nehemías 2, 1-8
Salmo 137(136), 1-6
No hay comentarios:
Publicar un comentario