Los jefes de los sacerdotes y los ancianos de Jerusalén cuestionaron la autoridad de Jesús, porque el Señor había expulsado del templo a los vendedores y les había echado en cara su desobediencia a Dios.
Jesús aprovechó la oportunidad para contarles dos parábolas basadas en la idea de una viña, con la esperanza de que cambiaran de actitud. Sabía que los sacerdotes y los ancianos reconocerían que la viña se refería al pueblo de Israel y esperaba que entendieran la relación que había entre Dios y el dueño de la viña, y entre los labradores y los jefes de los sacerdotes, que eran los responsables del pueblo escogido: “El Señor esperaba de ellos respeto a su ley, y sólo encuentra asesinatos; esperaba justicia, y sólo escucha gritos de dolor” (Isaías 5, 7).
En todo el Antiguo Testamento se repiten las figuras del viñedo y la vid para describir la relación de Dios con su pueblo. En el Nuevo Testamento, el tema continúa con la parábola que leemos hoy, con la enseñanza del propio Jesús durante la última Cena (Juan 15, 1-11) y con las palabras de San Pablo sobre los judíos y gentiles creyentes en Cristo (Romanos 11, 17-24).
Estos numerosos pasajes encierran el mensaje de que Dios provee con amor y ternura para su pueblo y desea que nosotros, que somos su viñedo, recibamos todo lo necesario para vivir como hijos suyos y demos “fruto” como miembros de su Iglesia. Incluso nos “poda” en algunas ocasiones, para purificar a su Iglesia, de modo que demos más y mejor fruto.
De muchas maneras, Dios nos da lo que necesitamos: mediante amigos o familiares que nos aman y nos cuidan; en la homilía de la Misa, en que el Espíritu nos toca el corazón con la Palabra viva de Dios, o tal vez al reunirnos ante el altar para recibir la comunión del Cuerpo y la Sangre de Cristo.
“Padre celestial, abre mi entendimiento para reconocer que todos estos dones son valiosísimos y me otorgan la capacidad de dar mucho fruto.”
Isaías 5, 1-7
Salmo 80(79), 9. 12-16. 19-20
Filipenses 4, 6-9
No hay comentarios:
Publicar un comentario