jueves, 2 de noviembre de 2017

RESONAR DE LA PALABRA Evangelio según San Mateo 25,31-46.

Evangelio según San Mateo 25,31-46. 
Jesús dijo a sus discípulos: "Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: 'Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver'. Los justos le responderán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?'. Y el Rey les responderá: 'Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo'. Luego dirá a los de su izquierda: 'Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron'. Estos, a su vez, le preguntarán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?'. Y él les responderá: 'Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo'. Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna". 


RESONAR DE LA PALABRA

Ciudad Redonda
Queridos hermanos:
Hoy hacemos memoria de nuestros hermanos que han muerto. A algunos de ellos les podemos poner nombre y apellidos. Son nuestros familiares y conocidos, personas con las que hablamos y tratamos. Algunos de ellos quizá han sido importantes, muy importantes, en nuestra vida. Por la intensidad de la relación, por el cariño y el tiempo compartidos. Pero han desaparecido. Han muerto. Su vida ha llegado a su fin. Y más allá de ese momento se cierne un velo de misterio que desde siempre ha asombrado a la humanidad. Hasta los más escépticos guardan silencio en el momento de la muerte. Nos quedamos sin palabra. Algunos prefieren hablar de que permanecen vivos en nuestra memoria. Pero, ¡qué frágil es la memoria!
Hoy celebramos a nuestros hermanos difuntos. Y celebramos este día porque creemos que están vivos. Ahí está la clave. Hay muchas lecturas disponibles para este día. Pero se puede afirmar que todas tienen un punto en común: la afirmación de la esperanza de que en Jesús resucitado, más allá de la muerte, hay vida. Una vida diferente pero vida. Y una vida que creemos que es para ellos, y será para nosotros, vida en plenitud.
En el fondo nuestra fe tiene algo de una solemne apuesta. Apostamos que hay vida después de la muerte, que esa vida es vida en plenitud, que Dios, el abbá de Jesús, no nos dejará tirados para siempre, que esta vida –tan llena de sinsabores y dolores a veces– tiene sentido, tiene norte, tiene orientación. Y todo ello porque nos fiamos de la palabra de Jesús, de su vida y del testimonio de aquellos discípulos suyos que lo vieron resucitado. Y punto. No tenemos más a qué agarrarnos. Ni más ni menos. Nuestra fe. Desde ella proclamamos nuestro derecho a la esperanza, a mirar a la muerte sin miedo y estar convencidos de que no es más que un paso –oscuro y complicado pero paso al fin– a una vida mejor en la presencia del Abbá, el Dios de Jesús, el Dios del Reino, el Dios de la Vida, el Dios de nuestra esperanza.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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