“Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho... que muera y que al tercer día resucite”
En mi ignorancia, me asombraba que la profunda sabiduría de Dios no hubiera impedido el principio del pecado, porque si hubiera sido así, me parecía, que todo habría ido bien... Jesús me respondió: "El pecado era inevitable, pero todo acabará bien, todo acabará bien, cualquier cosa, cualquiera que sea, acabará bien".
En esta simple palabra: "pecado" nuestro Señor me mostró todo lo que no es bueno: el desprecio innoble y las tribulaciones extremas que sufrió por nosotros, durante su vida y su muerte; todos los sufrimientos y los dolores, corporales y espirituales, de todas sus criaturas... Yo contemplaba todos los sufrimientos que jamás existieron o existirán, y comprendí que la Pasión de Cristo era el más grande, el más doloroso de todos y sobrepasa a todos... Pero no vi el pecado. Sé en efecto, por la fe, que no tiene sustancia ni algún tipo de ser; lo podemos conocer, de otro modo, sólo por el sufrimiento que causa. Comprendí también, que este sufrimiento era sólo por un tiempo: nos purifica; nos hace conocernos a nosotros mismos y suplicar misericordia.
La Pasión de nuestro Señor nos fortalece contra el pecado y el sufrimiento: tal es su santa voluntad. En su ternura hacia todos los que serán salvados, nuestro buen Señor les reconforta pronta y amablemente, como si les dijera: "es verdad que el pecado es la causa de todos estos dolores, pero todo acabará bien: cualquier cosa, cualquiera que sea, acabará bien". Estas palabras, me las dijo muy tiernamente, sin el menor reproche... En estas palabras, vi un misterio profundo y maravilloso escondido en Dios. Este misterio, nos lo descubrirá plenamente en el cielo. Cuando tendremos este conocimiento, veremos en toda verdad por qué permitió la llegada del pecado a este mundo. Y viendo esto, nos regocijaremos eternamente.
Juliana de Norwich (1342-después de 1416)
reclusa inglesa
Revelaciones del amor divino, cap. 27
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