“Si no veis signos y prodigios sois incapaces de creer.”
«Todo el que invoca el nombre del Señor
se salvará» (Jl 3,5; Rm 19,13).
En cuanto a mi no sólo le invoco,
sino que ante todo creo en su grandeza.
No es por lo que me da
que persevero en mis súplicas,
sino porque es la Vida verdadera
y es en él que respiro;
sin él no hay movimiento ni progreso.
No es tanto por los lazos de la esperanza
que soy atraído sino por los lazos del amor.
No es de los dones
sino del Dador que siempre tengo nostalgia.
No aspiro a la gloria,
sino que quiero abrazarme al Señor de la gloria.
No es la sed de la vida la que siempre me consume,
sino el recuerdo de aquel que da la vida.
No es por el deseo de felicidad que suspiro,
que desde lo más profundo de mi corazón rompo en sollozos,
sino por el deseo de aquel que lo prepara.
No es el descanso lo que busco,
sino el rostro de aquel que pacificará mi corazón suplicante.
No es por el festín nupcial que languidezco,
sino del deseo del Esposo.
En la espera cierta de su poder
a pesar de la carga de mis pecados,
creo con una esperanza inquebrantable
y me pongo confiadamente en la mano del Todopoderoso,
de quien no solamente obtendré el perdón
sino que le veré a él mismo en persona,
gracias a su misericordia y a su compasión
y, aunque merezco perfectamente ser proscrito,
heredaré el cielo.
San Gregorio de Narek (c. 944-c. 1010)
monje y poeta armenio
El libro de las oraciones 12,1
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