«¿También vosotros queréis marcharos?»
Leemos en el Evangelio que cuando el Señor se puso a predicar e instruir a sus discípulos sobre el misterio de su cuerpo dado a nosotros como alimento, y la necesidad de participar en sus sufrimientos, algunos dijeron: «Este modo de hablar es duro» y muchos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Mas, cuando Jesús preguntó a sus discípulos si también ellos querían marcharse, contestaron. «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tu tienes palabras de vida eterna».
Igualmente os digo, hermanos, que, hoy en día, también para algunos las palabras de Jesús son «espíritu y vida» y caminan en pos de él. Pero a otros les parecen duras, de tal manera que buscan en otra parte una miserable consolación. En efecto «la Sabiduría alza su voz por las plazas» (Pr 1,20), y con más precisión aún «espacioso es el camino que lleva a la perdición» (Mt 7,13) para llamar a aquellos que se han comprometido con él. «Durante cuarenta años –dice un salmo-estando cerca de ellos, aquella generación me asqueó y dije: es un pueblo de corazón extraviado» (94,10). «Dios ha hablado una vez»(Sl 61,12): una vez, sí, porque su Palabra es única, ininterrumpida y perpetua. Ella invita a los pecadores a que entren en su propio corazón, puesto que es allí que él habita, allí que les habla... «Si hoy escucháis su voz, no endurezcáis vuestro corazón» (Sl 94,8). Y en el Evangelio se nos dicen casi las mismas palabras...: «Mis ovejas escuchan mi voz» (Jn 10,17)... «Vosotros sois su pueblo, el rebaño que él guía, si hoy escucháis su voz» (Sl 94,8).
San Bernardo (1091-1153), monje cisterciense y doctor de la Iglesia
Sermón diversos nº 5, sobre Ha; PL 183, 556 (trad. conf. Breviario)
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