martes, 12 de abril de 2016

Meditación: Juan 6, 30-35


“Es mi Padre quien les da el verdadero pan del cielo.” (Juan 6, 32)

San Juan cuenta que una multitud se había reunido en torno a Jesús para pedirle pruebas de su identidad y le recordaron que, en los días de Moisés, Dios había enviado el maná del cielo para demostrar que él estaba con el pueblo. Querían ver una “señal” que les hiciera entender quién era Jesús. Como respuesta, el Señor explicó que la señal era él mismo: “Yo soy el pan de la vida”. De esta forma les pedía que ellos ejercieran su fe.

Jesús declaró que Dios había dado el maná a los israelitas para alimentarlos y ayudarlos en su falta de confianza; pero ahora él era el verdadero pan del cielo enviado para saciar a su pueblo con la vida divina. Jesús trató de explicar que, para beneficiarse de este pan de vida, cada uno debía primero apoyarse en la fe, porque de otra manera no podrían recibir lo que él tenía reservado para ellos.

La siguiente pregunta se nos aplica igualmente a nosotros hoy: ¿Creemos que Jesús es el verdadero pan del cielo? ¿Creemos que Cristo es Dios hecho hombre, que murió y resucitó y que envió al Espíritu Santo para alimentarnos con su Cuerpo y su Sangre? ¿Creemos que Jesús puede llevarnos a la vida que Dios quiso darnos desde el principio? Cuando nos acercamos al altar del Señor con este tipo de fe, experimentamos una transformación que nos cambia la vida. Tomemos la decisión consciente de creer en el Hijo de Dios; si lo hacemos, la paz y la seguridad de su amor se harán presentes en nuestro corazón, porque todo el que cree, aunque sea nada más que un poco, recibe la prueba irrefutable del amor de Dios.

¡Qué generoso es el Señor! Jamás deja de ofrecernos su propia vida, el pan vivo que baja del cielo. No hay alimento tan delicioso ni que sacie más que este pan. Nada hay —por bueno y agradable que sea— que se le pueda comparar, simplemente porque este pan es eterno y porque Dios nos lo dio para nuestra salud espiritual. Convéncete, hermano, de que Cristo está verdaderamente en persona en la Sagrada Eucaristía, en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. ¡Ve y recíbelo con amor y devoción!
“Jesús, Señor mío, sé que tú viniste a salvarme del pecado y de la muerte, y que mi fe es débil, pero te ruego que fortalezcas la poca fe que tengo, hasta que sea un fundamento firme para confiar en todas tus promesas.”
Hechos 7, 51—8, 1
Salmo 31(30), 3-4. 6-8. 17. 21

fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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