Al atardecer, sus discípulos bajaron a la orilla del mar y se embarcaron, para dirigirse a Cafarnaún, que está en la otra orilla. Ya era de noche y Jesús aún no se había reunido con ellos. El mar estaba agitado, porque soplaba un fuerte viento. Cuando habían remado unos cinco kilómetros, vieron a Jesús acercarse a la barca caminando sobre el agua, y tuvieron miedo. El les dijo: "Soy yo, no teman". Ellos quisieron subirlo a la barca, pero esta tocó tierra en seguida en el lugar adonde iban.
RESONAR DE LA PALABRA
José Luis Latorre, cmf
Queridos/as amigos/as
El episodio de Jesús caminando sobre el lago es un símbolo de nuestra vida cristiana. Los discípulos somos nosotros que, como ellos, estamos haciendo la travesía del lago (lugar de las fuerzas del mal según la tradición judía). En el momento más inesperado sopla el viento de la tentación y el mar de las pasiones, las ambiciones y los deseos ocultos se abate (se increpa) sobre nosotros, de tal manera que nos arrastra a gran velocidad hacia el abismo. El mal es tan fuerte que a veces en un instante nos olvidamos de todas las obras grandes que Dios ha hecho en nosotros o a nuestro alrededor como les pasó a los discípulos después de la espectacular multiplicación de los panes y los peces.
Pero Jesús, que nunca nos deja solos, viene inesperadamente en nuestro auxilio en una palabra suya que escuchamos, en el consejo de un sacerdote o amigo/a, en el deseo de entrar en una Iglesia para orar… causándonos a veces susto y zozobra por la forma tan misteriosa en que aparece junto a nosotros. Y como a los discípulos nos dice al corazón: ¡SOY YO. NO TEMÁIS!, es decir no te asustes, no dudes, no desconfíes, no te inquietes que yo estoy aquí a tu lado para librarte de esa pasión, o ambición, o mal deseo, o tentación que te quería hundir y separar de Mí: yo estoy siempre contigo aunque a veces te parezca que estás solo o que me he olvidado de ti.
El pasaje termina: “Querían recogerlo a bordo, pero la barca tocó tierra enseguida…” Después de la experiencia dolorosa viene la calma y surge en el corazón el deseo de tener cerca a Jesús siempre, y que Él esté en mi misma barca y haga conmigo la travesía; surge además la convicción de que sin Jesús se hace muy difícil la travesía de la vida, pero con Jesús a bordo uno navega más seguro y confiado y con más fuerza para enfrentar las olas del mal que continuamente nos acechan hasta que lleguemos a la tierra prometida, el cielo.
Comentario publicado por Ciudad Redonda
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