Son nueve los carismas mayores que cita San Pablo en la 1ª carta a los Corintios.
LA PALABRA DE CONOCIMIENTO.
P. Amando SANZ ESCORIAL, S.J.
Entre los carismas del Espíritu que cita San Pablo se encuentra la palabra de conocimiento.
"Allo dé lógos gnóseos katá tó autó pneuma": y a otros, palabra de conocimiento según el mismo Espíritu": 1 Cor. 12,8.
Así es como se expresa en la primera carta a los Corintios este Carisma, tan conocido por la Renovación Carismática, en las intercesiones y misas de sanación.
Su significado
La palabra griega "gnosis" se traduce al latín por conocimiento o ciencia, pero al castellano, sólo se debe traducir por conocimiento; y mejor: "conocimiento revelado". Ciencia en latín es igual a conocimiento, pero en castellano es: "Conocimiento de las cosas por sus causas".
Cuando decimos: "He tenido una palabra de conocimiento", quiero significar que el Espíritu Santo me ha revelado una palabra para conocer una sanación realizada por el Señor, un trauma para ser sanado, o la raíz de un problema que Dios quiere resolver.
¿Cómo se recibe este Carisma?
Según el P. De Grandis, toda persona que ha recibido la Efusión del Espíritu tiene en sí este Carisma. El problema está en cómo conocerlo y cómo empezar a practicarlo. Para ello veamos un ejemplo:
Entre los dones naturales que el hombre recibe al nacer, se encuentra el nadar. Sin embargo el bebé por sí mismo ni lo conoce, ni lo practica.
Es más, a fuerza de no practicarlo, lo pierde. Luego, si lo quiere recuperar, tiene que hacer grandes entrenamientos para aprenderlo. Si una madre arroja a su bebé al agua, comprobará que su niño nada perfectamente por el don de la naturaleza, libre de prejuicios.
Veamos ahora lo que ocurre con el don de lenguas que también se recibe en la efusión del Espíritu. Puede ocurrir que, por prejuicios racionalistas, el bautizado en el Espíritu vea pasar años antes de recibir este carisma; pero cuando se decide a aceptarlo por fe, se abandona al Espíritu y empieza a mover los labios, la lengua y la garganta, entonces se produce en él, como la cosa más natura del mundo, el fenómeno carismático de las lenguas.
Entre los dones naturales existen la intuición, la premonición, la telepatía, la percepción extrasensorial. Y ¿no podrá Dios comunicarse con sus criaturas de manera mucho más sublime? Todos sabemos que Dios nos habla en la oración a cada uno personalmente, y ¿no podrá hablarnos para comunicarnos mensajes de salvación para nuestros hermanos? Esto es lo que llamamos Palabra de conocimiento.
¿Cómo se percibe?
La palabra de conocimiento se percibe en un clima de oración y unión con Dios. De ordinario, después de haberla pedido al Espíritu Santo Paráclito. No olvidemos que Paráclito significa: "El que acude cuando se le llama". La manera práctica es: orar en lenguas para borrar de la mente cualquier distracción y así dejar espacio al Espíritu para comunicarse con nosotros. En este clima la palabra que viene a tu mente es de Dios.
Basta con creerlo y tener fe para actuar y proclamarlo. Jesús ha prometido que: "quien diga a este monte: levántate y échate al mar y no vacile en su corazón, sino que crea que se hará, lo obtendrá". Mc. 11,23.
Algunos ejemplos
En la última Eucaristía de sanación que celebré en el Templo de la Renovación Carismática de Madrid el Señor me dio esta palabra: "Rodilla sanada". Yo lo anuncié en fe. La respuesta fue inmediata. Una señora se levantó y dio testimonio: "Hace meses me caí en Marbella y me hice daño en una pierna. Me llevaron a urgencias. Me dijeron que tenía que operarme del menisco en la rodilla, pero no me operé. Nada más escuchar la palabra de conocimiento empecé a oír pequeños chasquidos en mi rodilla y se me quitó el dolor hasta quedar completamente bien.
En julio de 1997 se celebraba una Misa de sanación en Tenerife, en el Monte de la Esperanza. Hubo numerosas palabras de conocimiento.
Una de ellas fue: "Una persona está siendo sanada por el Señor de un oído completamente sordo". Enseguida se presentó a dar testimonio un hombre que afirmó: "Llevo muchos años sordo. Ahora he empezado a oír perfectamente": Terminada la Eucaristía, vino a decirme que en agradecimiento a Dios que le había curado, quería dedicar sus ratos libres a ayudar a los ancianos de una residencia.
En otra ocasión Dios me hizo ver mentalmente el paisaje nevado de una ciudad, como si desde una ventana contemplase multitud de tejados cubiertos por la nieve. Yo había pedido a Dios una palabra de conocimiento para ayudar a una persona a sanarse de un trauma. El paisaje nevado puede significar muchas cosas, pero yo no debo interpretarlo.
Es la persona interesada la que debe hacerlo. Ella me dijo: "El trauma que yo arrastro empezó en invierno en una ciudad muy fría donde yo habitaba". Entonces fue el momento de orar al Señor por la sanación de ese trauma.
Resumiendo
¿Quién puede tener la palabra de conocimiento? Cualquier cristiano que crea en el poder del Espíritu, que viva unido al Espíritu, que lo invoque y le pida este don para un fin bueno.
¿Dónde se percibe? En la mente o en la imaginación. ¿Cómo se percibe? Como la profecía. Generalmente después de orar en lenguas.
¿Cómo distinguirlo de las ideas propias? Por venir después de la oración, cuando no han irrumpido en la mente las propias consideraciones.
LA PALABRA DE SABIDURIA
P. Carlos ALDUNATE, S.J.
La palabra de sabiduría es una moción del Espíritu que nos indica qué hacer, cómo actuar.
El sabio no es simplemente el más informado, sino el hombre que da mejores consejos.
En el libro de los Proverbios se hace el elogio de la sabiduría, atributo de Dios y don que él hace al hombre, imagen de Dios. Debemos pedir la sabiduría para saber cómo proceder.
En Jesús vemos una sabiduría que lo orienta siempre en sus actuaciones: qué hacer, qué decir, cómo actuar. Algunos pasajes del Evangelio son especialmente notables:
En Mt 22, 15-22, Jesús pide una moneda, para responder luego: "Den al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios"; en Mt 17,24-27, leemos su solución al pago del impuesto del templo: él, como Hijo de Dios, es dueño del templo; no está obligado al pago del impuesto; pero "para no ofender" instruye a Pedro que eche el anzuelo, encuentre en la boca del primer pescado una moneda, y pague por los dos, Pedro y Jesús. Hay personas que poseen un don permanente de sabiduría (es uno de los siete Dones del Espíritu Santo y crece en nosotros como gracia de santificación); hay quienes reciben un carisma de sabiduría, como gracia, propia de su oficio en el Cuerpo de Cristo, como es el caso de un Obispo, un juez cristiano, un abogado, médico, maestro... Estos están llamados a vivir en receptividad a las mociones de Dios.
Las "palabras de sabiduría" se dan también ocasionalmente a las personas que las necesitan en un servicio para el hermano.
Hagamos la prueba. Ante problemas complicados cuya solución se nos escapa, pidamos con constancia cada día una palabra de sabiduría. Comprobaremos la promesa del Señor (Lc 18, 1-8). También en problemas más sencillos, pidamos: "Señor, dame tu sabiduría para saber cómo actuar"(Cfr. Sant 1, 5-6).
CARISMA DE SABIDURIA
Precisiones y aclaraciones
P. Ceferino SANTOS, S.J.
No resulta fácil hablar del carisma de palabra de conocimiento y de palabra de sabiduría (1 Cor 12,8). A veces, se dan tan unidos estos dos carismas que podemos mezclarlos y confundirlos. En otras ocasiones, para distinguirlos más, se remite la palabra de sabiduría hacia campos de percepción de Dios y de las cosas divinas hasta confundirlo con el don de sabiduría, que es un hábito sobrenatural infundido en el alma por el Espíritu para conocer las cosas de Dios con facilidad y simpatía. Alguien escribe: 'Las palabras de sabiduría tienen poder para entreabrirnos los misterios de Dios y para captar las cosas del Espíritu de Dios (1 Cor 2,14)". Esto más que palabra de sabiduría es don de sabiduría. Debemos distinguir claramente el don permanente de sabiduría, que nos ilumina y santifica, del carisma transitorio de palabra de sabiduría, que aprovecha a otros.
Tampoco puede confundirse el carisma de conocimiento con el don de ciencia, que hace que bajo el influjo del Espíritu juzguemos rectamente de las cosas terrenas en su relación con nuestro fin último de modo habitual. La palabra de conocimiento es un carisma pasajero que ayuda a la persona que la recibe para vivirla como una manifestación del Espíritu Santo, que le toca el corazón y que la cura.
Así, "la palabra de conocimiento dice lo que el Señor desea hacer o está haciendo en otra persona; por ella el Señor interpela al hombre o le toca, más. frecuentemente, en donde él está herido por el pecado o la enfermedad" (E. Garín, Qui fera taire..., p. 139). Por ejemplo, uno anuncia: "El Señor está curando a un hombre de 29 años que tiene asma desde los cuatro".
Se trata del carisma de palabra de conocimiento. Y añade: "El Señor le pide para curarse que perdone a su padre, que les abandonó a los cuatro años y les dejó a él y a su madre sin dinero". Esta es palabra sabiduría que indica el remedio y el poder de Dios para curar. La palabra sabiduría es portadora del poder del Espíritu para otra persona (IB.,p.128).
Mons. Vicent M. Walsh dice que "palabra de conocimiento es la acción de Dios que mueve a una persona a transmitir a otros verdades religiosas de modo que la presencia y el amor a Dios se experimentan y el pueblo es movido a buscar a Dios" (Lead my People, p.79). Mons. Walsh, en cambio, define la palabra sabiduría como "el poder de Dios que ilumina a una persona para hablar una palabra eficaz de modo que el querer de Dios se realice en una situación concreta" (Ib,).
El P. Robert DeGrandis adopta un camino práctico para distinguir la palabra de conocimiento de la sabiduría: " Mientras oramos, buscando ayuda del Espíritu Santo a través de los dones carismáticos comunes, es el Espíritu Santo el que revelará especialmente por medio del don de conocimiento, cuál es la verdadera raíz y causa del problema o problemas de una persona. Entonces procedemos con palabra de sabiduría, según nos conduce el Espíritu Santo, y nos movemos con su poder.
El don carismático de palabra de conocimiento es el diagnóstico del Espíritu Santo. El don carismático de palabra de sabiduría es la receta del Espíritu Santo (La palabra de conocimiento, p.14).
La distinción del P. DeGrandis es útil en muchos casos para distinguir estos dos carismas, sabiduría y conocimiento, aunque no agote todos los casos y posibilidades que abarcan. Otro punto de vista muy interesante lo expone así Maximiliano Calvo: "La palabra de conocimiento es una revelación del Espíritu de Dios de hechos pasados o de cosas existentes o sucesos que tienen lugar en el presente. La palabra de sabiduría es revelación de Dios sobre sus propósitos acerca de su pueblo, o acerca de cosas y sucesos del futuro. Por la palabra de conocimiento supo Juan la situación de las siete Iglesias de Asia; por la palabra de sabiduría pudo comunicarles la mente, la voluntad y los mandatos de Dios".
]oseph Hazzaya, místico sirio del siglo VIII hablaba del conocimiento por el Espíritu de ambos mundos: del mundo de Dios y del futuro, por la palabra de sabiduría; y del mundo de los hombres y del pasado por la palabra conocimiento. Según esto, el carisma de la palabra de conocimiento nos revela problemas de los hombres y sus raíces en el pasado; la palabra de sabiduría, en cambio, nos manifiesta ostensiblemente la acción y las soluciones de Dios a problemas concretos.
Otros nos hablarán de que por la palabra de conocimiento no sólo nos desvela el Espíritu de Dios lo que sucedió o sucede en el hombre, sino también en los espíritus de mal y en las cosas afectadas por el pecado y que Dios quiere restaurar para salvarnos. En muchos de los comentaristas se dan grandes coincidencias en la explicación de las palabras de conocimiento y de sabiduría. Desde el discernimiento de estos carismas iremos fijando mejor sus características prácticas, pues no se trata de construcciones mentales sino de dones concretos y de manifestaciones llamativas del Espíritu de Dios, que tratamos de analizar desde sus características especiales. Que el Señor nos haga conocer y vivir sus carismas.
DISCERNIMIENTO DE ESPIRITUS
P. Carlos ALDUNATE S.J.
Este carisma consiste en reconocer con luz divina el origen de los pensamientos, deseos y acciones que podrían venir de Dios o de un espíritu malo.
Hay mociones que son tan manifiestamente malas que no se necesita un carisma para detectar su origen y para rechazarlas de plano. Pero hay también invitaciones a un bien aparente que no vienen de Dios sino del espíritu de las tinieblas.
San Juan escribe: "No crean a todo espíritu, sino prueben los espíritus" (1 Jn 4,1). Hay reglas de discernimiento que pertenecen a la prudencia cristiana y aún al carisma de sabiduría, pero existe también este carisma de discernimiento, que da la capacidad para distinguir intuitivamente lo bueno y lo malo. A veces esta distinción se manifiesta por colores o por olores o por sonidos o por sensaciones físicas.
El ámbito de este carisma es amplio, ya que abarca el discernimiento de aspiraciones y de proyectos (pueden ser buenos en sí mismos, pero no son los que quiere Dios en ese momento), de doctrinas, de personas y de sus actitudes, de carismas (¿son realmente inspirados por Dios?).
La última palabra en el discernimiento para orientación de la Iglesia pertenece ciertamente al Obispo, como lo indica el Concilio Vaticano II (L.G. n.12) y lo recuerda Juan Pablo II; pero esto no impide que el Señor confiera el carisma cuando quiera aún a los más humildes e iletrados, y habitualmente a los grupos reunidos en su nombre (Cfr. Mt 11,25-26; 18,20).
Siempre debemos tener presente que el discernimiento, quizás más que los demás carismas, necesita un alma muy purificada, porque somos tan fácilmente influenciados por temores, intereses, prejuicios, presiones...
Hay una afinidad especial entre las bienaventuranzas y el discernimiento (Cfr. Mt 5,3-8; Sof3, 11-13).
El carisma de discernimiento es un caso particular del carisma de ciencia y está relacionado con la sabiduría, ya que las invitaciones de la inspiración piden una respuesta de nuestra parte. Por esto, las líneas divisorias entre uno y otro de los carismas de pensamiento no son siempre netas. Pero esto no tiene mayor importancia.
Visiones, locuciones...
Estas no son carismas especiales, sino una manera de recibir las mociones de Dios. Dios nos habla de muchas maneras: por sueños, por imágenes mentales (que serán más o menos intelectuales, imaginativas, emocionales, aún exteriormente sensibles), por palabras que se oyen interiormente o aún exteriormente, por sensaciones musculares, por olores, por músicas, etc.
Los carismas de ciencia, de sabiduría, de discernimiento pueden revestir todas estas formas, y muchas más. De alguna manera, la gracia de Dios debe hacer impacto en nuestro cuerpo o en nuestro psiquismo. De allí la importancia de preguntar: Señor, ¿qué quieres tú decirme con esto?".
Ejercicios
Es posible ejercitar la receptividad a estos carismas. Solamente Dios es el dueño de ellos, y los da cuando él quiere en su infinita sabiduría; pero, de hecho, él los da con más frecuencia de la que nos imaginamos. No somos conscientes de ellos por nuestra superficialidad y dispersión. Por otra parte, si nos abrimos a los carismas podemos estar seguros de que percibiremos muchos de estos carismas.
Para ayudar a esta apertura, hagamos los ejercicios siguientes:
1° Pedir al Señor que aumente en nosotros el deseo del bien de los demás, y el deseo de servirles, confiando en que ponemos lo que está de nuestra parte, pero que es Dios quien hace la obra.
2° Pedir la gracia de estar atentos a las necesidades de los demás, pero también a la moción interna de acudir nosotros con nuestra ayuda. No estamos llamados a remediar todos los males, pero sí a aportar nuestra parte.
¿Cuándo sí; cuándo no? Aquí pedimos (y recibimos) palabras de sabiduría.
Es lo que Cristo prometió: "El Espíritu Santo los conducirá a ustedes a la verdad" (Jn 16,13).
TIPOS DE DISCERNIMIENTO ESPIRITUAL
1º - Existe un discernimiento espiritual "normal", propio de estados de alma tranquilos, cuando se da un proceso racional, ayudado por la fe y la caridad, para captar lo que agrada a Dios y viene de su Espíritu y lo que no viene de Dios. (v.g. visiones que no aprovechan espiritualmente, quitan la paz, llevan al orgullo. No son de Dios).
2º - Discernimiento "doctrinal": se apoya en la conformidad o no de lo que se valora con la doctrina de la Sagrada Escritura, de la tradición eclesiástica y del Magisterio jerárquico. Si algo va contra estas tres instancias no es de Dios.
3º - Discernimiento espiritual por mociones interiores de "consolación y desolación" para conocer lo que viene o no viene de Dios (San Ignacio de Loyola).
4º - Discernimiento "carismático": puro don de Dios y gracia del Espíritu con captación inmediata causada directamente por el Espíritu de Dios de realidades espirituales y de la actuación de los diversos espíritus con convicción profunda.
Estas clases de discernimiento pueden encuadrarse o en el discernimiento individual o en el comunitario.
EL CARISMA DE LA FE
P. Vicente BORRAGÁN O.P.
"A otro, fe en el mismo Espíritu" (1 Cor, 12,9).
El carisma de la fe no debe ser confundido con la virtud teologal de la fe. Se trata de una gracia especial, dada por el Espíritu a algunos fieles, para edificar a la comunidad. Alguien ha definido ese carisma con estas palabras: "Es una súbita oleada de fe para creer confiadamente, sin dudar en absoluto, que lo que hagamos o hablemos en el nombre de Jesús, sucederá". Es la fe que mueve las montañas, según todos los comentaristas: "Tened fe en Dios" (Mc 11,22-23). "Se trata de un carisma que puede hacer posible lo imposible".
"La fe, como carisma, es la firme certeza de que Dios va a hacer aquí un milagro. El que está dotado de ese carisma sabe, en un momento determinado, que una situación sin esperanza no lo es en absoluto, que Dios va a intervenir y que todo va a ser cambiado para honra y gloria de su nombre". Es la fe que hace milagros y edifica a la comunidad.
El texto de San Pablo sobre el carisma de la fe podría ser entendido también de esta manera: "Y a otro, el mismo Espíritu le da una fe fuerte". San Pablo debía pensar también en el poder dado a algunos fieles para confortar en la fe a otros. La Iglesia, las comunidades y los grupos necesitan de la presencia de esos hermanos que contagian entusiasmo y seguridad. Todos necesitamos de la fe de los demás para vencer las dudas.
Los fieles que están dotados de una fe poderosa confortan a los débiles, robustecen a los que están tentados, animan a los que pasan por dificultades, son como una luz en medio de la noche de la vida. La presencia de esos hermanos, fuertes en su fe, contribuye a edificar la comunidad. .
DON DE CURACIONES
Mons. Alfonso URIBE JARAMILLO
SAN PABLO pone a continuación del Carisma de fe el de sanaciones. Este don encuentra resistencia en muchas personas que oyen hablar de la Renovación Espiritual. "Que no me vengan ahora con milagritos y curaciones", dicen entre despectivos y preocupados. ¿Por qué esta posición tan negativa y tan enfática? Porque no se tiene en cuenta que si es un don del Espíritu Santo merece aprecio, y porque no se tiene una idea precisa de su realidad y de su ejercicio.
Un hombre tan serio como el Cardenal Suenens ha escrito en su libro "¿Un Nuevo Pentecostés?" lo siguiente sobre este asunto: "La renovación del sacramento de los enfermos nos invita a interrogarnos acerca de nuestro comportamiento personal y religioso respecto a ellos mismos, renovando nuestra fe en la oración a favor de su curación de ellos.
El ministerio de la curación ha jugado en vida de Jesús un gran papel, para que ahora no deba continuar a través de sus discípulos aquélla su obra de misericordia y de restauración de la salud física y moral.
Él entonces nos exige, por supuesto a nosotros, para que se le permita actuar a Él, como lo hizo tan a menudo, se nos exige tener una gran fe expectante y confiada, semejante a la de aquella mujer que habiendo tocado tan sólo la orla de su vestido fue curada porque una gran virtud brotaba de él.
Por otra parte bien se conoce cómo en la Iglesia primitiva, se llevaban a cabo grandes curaciones en nombre del Señor realizadas por los mismos apóstoles, las cuales impresionaban a las muchedumbres.
Este carisma de la curación se encontraba no tan sólo en las manos de los Apóstoles, sino también entre las de sus discípulos, tales como el diácono Felipe, del cual se dice: "que porque se le escuchaba y se le veía hacer milagros, la muchedumbre aceptaba su predicación... y toda la ciudad se veía penetrada por una gran alegría". (Cf. Hech 8,6-8).
Esta fe en el poder del Señor, operando en favor del enfermo, a través de nuestra plegaria, es preciso que la renovemos. A este respecto no debemos temer dejarnos interpelar por ciertos ejemplos de fe viva que nos llegan desde nuestros hermanos protestantes. Por otra parte vamos viendo cómo renace en el seno de la Iglesia Católica, dentro de sus medios más influenciados por la renovación carismática, la práctica de la oración colectiva en favor de los enfermos.
Por mi parte me siento invitado a reexaminar mi comportamiento acerca de aquéllos a los que visito; cuando yo veo en la comunidad de cristianos reunidos en la habitación de un enfermo, cómo ruegan por él espontáneamente extiendo mis manos sobre él en un gesto que recuerda al de Jesús en el Evangelio y que expresa la comunión cristiana alrededor del que sufre. No osamos creer por supuesto que nosotros somos Cristo vivo que obra en nosotros. No osamos creer que la oración lleve necesariamente al milagro.
Es preciso que los responsables de la doctrina, en todos los niveles, nos enseñen de nuevo y más profundamente, el verdadero sentido de la plegaria, siempre eficaz según el pensamiento de Dios; la forma del amor paternal de un Dios que lo es de vivos más que de muertos, que no es origen del mal y que desea el bien integral para sus hijos; el sentido purificador y transformador también del sufrimiento aceptado, el que Dios concede a aquéllos a quienes ama.
Es menester que nuestra oración englobe toda la complejidad de lo real: hay enfermedades de todas clases, visibles e invisibles, somáticas, sicológicas, patológicas, debidas a traumas ocultos y antiguos.
Nuestra plegaria debe comprender a todo aquello que tiene necesidad de ser curado; y debe exponer a los rayos de la gracia a todo lo humano en sufrimiento, tanto lo presente como lo pasado.
Es preciso recordar y sostener que Jesús fue ayer como sigue siendo hoy; es decir; el Maestro tanto del pasado como del presente. Si el milagro de la súbita curación espectacular es raro, la curación progresiva y lenta se encuentra también ella, bajo la acción de Dios. La oración entonces se sitúa en el mismo corazón de ella. Todos sabemos por lo demás, que la medicina ha dejado de ser ya materialista y positivista y cada día aparece como más consciente de las múltiples correlaciones que se dan entre los contenidos humanos y lo psicosomático.
A la luz de una enseñanza cristiana renovada hoy acerca de la oración y de la curación no se puede sino desear vivamente que consideremos de veras en el mismo corazón nuestro - incluso fuera del contexto sacramental y sacerdotal- aquellas recomendaciones de Santiago: "si alguno de vosotros enferma, que llame a los presbíteros de la Iglesia y que oren sobre él después de haberle ungido con óleo en nombre del Señor. La oración de la fe salvará al paciente y el Señor le curará...
Rogad los unos por los otros, a fin de que seáis curados". (Sant. 5,14-16). No olvidemos que el Espíritu Santo en persona no es sino la Unción viva y divina a través de la cual Jesús continúa su obra".
Debo confesar que mi posición frente al Carisma de curación era muy negativa hasta hace unos años. Gracias al Señor veo ahora más claro y compruebo cada día su realidad y riqueza.
¡Lástima, sí, haber perdido tanto tiempo! .
LA SANACION FISICA
P. Carlos ALDUNATE, S.J.
Muchas veces los resultados son simples y llamativos. Pero recordemos que frecuentemente se trata de enfermedades sicosomáticas; de modo que en esos casos no se produce una verdadera sanación física si no va acompañada de una sanación interior.
Petición simple
Es sencilla: "Señor, te presento a tu hijo(a). Tú lo(a) amas y él(ella) está enfermo(a) . Te pido que lo(a) sanes; tú sabes el cómo y el cuándo".
Se puede tocar al enfermo para hacer más tangible este puente de oración y sanación. Se recomienda que esta "imposición de manos" no sea un gesto solemne, sacramental, ni un gesto de sacerdote o de mago, sino un gesto fraternal: basta la mano sobre el hombro. (No conviene sobre la cabeza, para no interferir en los centros nerviosos).
Se ora poniendo la fe en Dios. Él es infinito amor y poder y sabiduría; él nos ha dicho que pidamos; al acudir a él, lo honramos como a nuestro Padre y a nuestro Dios. Creemos y confiamos en él.
No ponemos nuestra fe en la oración misma que hacemos, ni en la fe del enfermo, ni en nuestra fe o en los sentimientos que tengamos. Muchas veces pediremos con el sentimiento de que nuestra oración es inútil. No importa. Al pedir simplemente, sabemos que nuestra fe está puesta en Dios.
Petición con mandato
Agnes Sanford escribe que al orar por otra persona, solía recogerse primero para sentirse unida a Cristo y para poder orar con un sentimiento de unidad con él. Así terminaba su oración con las palabras: "Por Jesucristo nuestro Señor, Amén". El Amén era una confirmación; confirmaba la voluntad de que "así fuera".
Estas palabras y estos sentimientos pueden contribuir con un aporte subjetivo, sicológico, a nuestra fe. No son esenciales; pero tampoco dañan.
Con aporte imaginativo
Tanto Agnes Sanford como Ruth Stapleton solían usar con la oración aportes de su imaginación creadora. Así, imaginaban que ya se estaba efectuando la sanación de la parte enferma: corazón, pierna lo que fuera...mantenían ante sí la imagen de la persona completa, enteramente sana...
Se sabe que las imágenes ayudan la acción parasicológica del pensamiento y del deseo; pero no debemos adelantarnos a la voluntad de Dios. ¿Cómo sabemos que él quiere sanar ahora la dolencia física del enfermo? Él tiene su sabiduría divina; quizás quiera efectuar una sanación interior antes de una sanación física.
A no ser que tengamos una "palabra de ciencia" o una gracia de fe carismática acerca del enfermo por el cual oramos, no debemos imaginar lo que no sabemos si es real.
Otra cosa es dar una forma imaginativa a una realidad que conocemos por la fe. Así, podemos imaginar a Jesús que está al lado nuestro y que pone su mano sobre la nuestra...porque sabemos por la fe que estamos incorporados en el Cuerpo de Cristo. Cuando vivimos esa verdad y pedimos "en el nombre de Jesús", estamos pidiendo lo que sabemos que él pide con nosotros.
Lo importante es que pongamos nuestra fe en Dios y en lo que él nos ha revelado. No debemos poner la confianza en tales o cuales imágenes que expresan nuestra fe.
Oración colectiva
Jesús nos dice: "Donde hay dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (M t 18,20). La reunión de varias personas que oran por un enfermo supone el amor fraterno, llave importante para todo carisma.
Además la presencia especial de Jesús afirma nuestra fe.
DON DE MILAGROS
San Pablo coloca el carisma de "operaciones milagrosas" en seguida del don de las curaciones. Es muy importante partir del hecho de que son Carismas diferentes. Esto nos servirá para no hablar de milagros cuando el Señor efectúa la sanación por ministerio nuestro y para no creer que los milagros se presentan por todas partes y a cada paso.
Pero tampoco debemos caer en el extremo opuesto al negar la existencia de los milagros en la hora presente. Por falta de ideas claras acerca de la noción de milagro y de su fin en el plan salvífico de Dios, se llama milagro a lo que no lo es y se tiene una posición negativa y prevenida frente a una realidad tan importante como es el milagro en la vida de Jesús y en la historia de su Iglesia.
Conviene tener presentes algunas ideas expuestas por Metz en Sacramentum Mundi sobre este importante tema.
1. Desde el punto de vista teológico los milagros son signos que muestran la presencia del prometido reinado de Dios y que acreditan a los portadores históricos de esta promesa.
2. El milagro no es una demostración arbitraria de la omnipotencia de Dios, sino un testimonio del poder que tiene de producir nuestra salvación en Jesucristo. El milagro es un signo del poder y del amor de Dios que quiere salvar a todo el hombre y a todos los hombres.
3. No aparece oportuno definir negativamente el milagro como suspensión o ruptura de las leyes de la naturaleza. Más bien hay que definirlo positivamente como signo de la inclusión de la realidad entera de una economía histórica de Dios, que nos ama y quiere salvarnos. "En la obra de Jesús, tal como lo refieren los Evangelios, los milagros ocupan un lugar cuantitativa y cualitativamente importante.
Pero no aparece allí como simple proliferación de lo maravilloso, al margen del mensaje salvífico, sino que, más bien ellos mismos son evangelio, mensaje salvífico en acción. Puesto que los sinópticos normalmente designan el milagro con las palabras: acciones poderosas, deberíamos traducir este concepto por "manifestaciones del poder". Por lo demás, la palabra poder no insiste en el carácter excepcional de la manifestación o en la afirmación de la intervención transcendente de Dios, sino en la presencia de la salvación, que vence las "virtudes y potestades" del mal.
Como signo de la salvación el milagro alcanza su sentido pleno y su realización perfecta en Cristo, plenitud de la presencia salvadora y "sí" definitivo de Dios al hombre, en quien se hacen realidad todas las promesas. (2 Cor. 1,20).
Todos los grandes temas de los profetas y de la actividad mesiánica de Jesús se prolongan plásticamente en los milagros; primacía del reino sobre los cuidados materiales (diezmo sacado de la boca del pez); liberación del pecado (el paralítico bajado por el techo); victoria sobre el demonio (expulsión de los demonios); victoria sobre la muerte (Naim, la hija de Jairo); paradoja de la cruz y de la glorificación (el caminar sobre las aguas; tempestad calmada); esterilidad del que rechaza la salvación (higuera seca) y riqueza del que la acepta (pesca milagrosa; Pedro que camina sobre las aguas) ; Jesús mismo, en la sinagoga de Nazaret, lo mismo que en la respuesta dada a los emisarios de Juan Bautista (Lc 4, 16s;7, 18-23), une expresamente sus prodigios con las profecías mesiánicas de Isaías, donde cada don físico simboliza la salvación eterna y las riquezas del reino.
Todos los milagros son así preludio de su propia resurrección, que es el triunfo decisivo del poder de Dios y de la realidad escatológica más allá de todo signo, pero que, para la Iglesia que vive aún en la espera, se anuncia por el sepulcro vacío y las apariciones". (Pág. 599 S.M.).
4. Como testimonio divino, como acción simbólica que se añade al signo de la palabra y lo confirma, el milagro es uno de los principales lugares de mediación entre el mensaje y la fe.
El milagro es un signo que invita, pero no fuerza. Para Jesús el milagro no es el camino único de la fe, ni siquiera el más perfecto. Mucho más eficaz es el encuentro con su doctrina, y sobre todo con su persona. "Bienaventurados los que no vieron y creyeron". (Jn 20,29).
A partir de estas ideas debemos ver la importancia y medir la realidad de las "obras de poder" y de los milagros en la vida de la Iglesia en todas las épocas.
5. Jesús no limitó los milagros a su vida mortal. Él prometió continuar efectuándolos a través de sus discípulos. "En verdad, en verdad os digo que el que cree en mí, ése hará también las obras que yo hago, y las hará mayores que éstas, porque yo voy al Padre". (Jn. 14,12). Así habló Jesús antes de su Pasión. ¿Qué importancia y credibilidad damos a estas palabras del Señor? ¿No las hemos convertido en una bonita frase para consolar a quienes estaban tristes por su partida?
¿ Y si el Señor no ha hecho nada grande a través de nosotros no será esto la clara manifestación de nuestra poca fe?
La acción poderosa del Señor en nosotros por medio de nosotros depende del grado de nuestra fe. Por eso antes de la Ascensión dice: "Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, tomarán serpientes en sus manos y aunque beban algún veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien.
Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios". (Mc.16, 17-19).
La lectura de los Hechos de los apóstoles nos muestra cómo se cumplieron estas promesas del Señor en la Iglesia primitiva desde el día de Pentecostés.
Pedro ordena al paralítico de nacimiento: "en nombre de Jesús de Nazareno, anda" y tomándole de la mano derecha, le levantó, y al punto sus pies y sus talones se consolidaron; y de un brinco se puso en pie y, comenzado a andar, entró con ellos en el templo saltando, brincando y alabando a Dios". (He. 3,7-9). Este tullido termina saltando y alabando a Dios porque un hombre lleno de fe y del poder del Espíritu da una orden en nombre de Jesús.
No es Pedro quien sana, sino Jesús por medio de él. Con gran sinceridad este Apóstol dice a los presentes: ¿Por qué os admiráis de esto y por qué nos miráis a nosotros, como si por nuestro propio poder o por nuestra piedad hubiéramos hecho anda a éste? "Por la fe en su nombre, éste a quien veis y conocéis ha sido por su nombre consolidado, y la fe que de Él nos viene dio a éste la plena salud en presencia de todos nosotros". (Hch 3, 12 y 16). .
("Nuevo Pentecostes" Nº 57)
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