Señor Dios nuestro, en ti creemos, Padre, Hijo y Espíritu Santo. (...)
Te he buscado
en cuanto me ha sido posible,
en cuanto tú me has hecho capaz,
y he tratado de comprender con la razón lo que creía con la fe;
mucho he discutido y mucho me he esforzado.
Señor y Dios mío, mi única esperanza,
óyeme para que no sucumba al desaliento y deje de buscarte;
ansíe siempre tu rostro con ardor.
Dame la fuerza de buscarte,
tú que te dejas encontrar
y que me has dado la esperanza de poder encontrarte cada vez más.
Ante ti está mi fuerza y mi debilidad;
conserva aquélla, sana ésta.
Ante ti está mi saber y mi ignorancia.
Allí donde tú me has abierto, acoge a quien entra;
allí donde has cerrado, abre a quien llama.
Haz que me acuerde siempre de ti,
te comprenda,
te ame.
San Agustín (354-430)
obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
La Trinidad XV, XXVIII,51
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