sábado, 16 de abril de 2016

Meditación: Juan 6, 60-69


“Sabemos que tú eres el Santo de Dios.” (Juan 6, 68)

“No quiero, mi querida Margarita, desconfiar de la bondad de Dios, por más débil y frágil que me sienta. Más aún, si a causa del terror y el espanto viera que estoy ya a punto de ceder, me acordaré de San Pedro, cuando, por su poca fe, empezaba a hundirse por un solo golpe de viento, y haré lo que él hizo. Gritaré a Cristo: Señor, sálvame. Espero que entonces él, tendiéndome la mano, me sujete y no deje que me hunda… espero que el Señor me dirija, como a Pedro, una mirada llena de misericordia y me levante de nuevo, para que vuelva a salir en defensa de la verdad… Por esto, me pongo totalmente en manos de Dios con absoluta esperanza y confianza.”

Esto escribía Santo Tomas Moro desde la cárcel a su hija reflexionando sobre su probable ejecución por orden del Rey Enrique VIII de Inglaterra. Moro vivió muchos siglos después de San Pedro, pero se ve cuánto le impresionó el testimonio de aquel apóstol.

Y con razón. Es cierto que Pedro fue impetuoso y cobarde a veces, pero no se puede negar que amaba profundamente a Cristo, como se ve claramente en el Evangelio de hoy, cuando hace una valerosa declaración de fe. Muchos fueron los que abandonaron a Jesús después de su enseñanza sobre el pan de vida, pero Pedro no podía hacerlo, pues estaba plenamente convencido de que el Señor era efectivamente el Mesías y no tenía ninguna intención de abandonarlo.

En un sentido, lo que dijo Pedro era lógico: ¿A quién más podía seguir? Jesús era el único cuyas palabras le habían llegado al corazón, por eso era lógico quedarse a su lado aunque no entendiera todas las enseñanzas. Pero, en otro sentido, Pedro denotaba una convicción que iba más allá de la lógica humana. Se le habían abierto los ojos y la gracia le estaba inundando la razón. Sí, bien pudo haberse ido a casa y haber retomado su vida anterior como pescador, pero decidió arriesgarse y poner su destino en manos del Señor.

Los dos, Santo Tomás Moro y San Pedro, lo arriesgaron todo por el Señor. ¡Ojalá sus ejemplos nos muevan a nosotros a hacer otro tanto!
“Aquí estoy, Señor Jesús. Te entrego mi vida. Tómala y moldéala como tú quieras para que se forme en mí tu imagen y semejanza.”
Hechos 9, 31-42
Salmo 116(115), 12-17
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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