“Entonces Pedro comenzó a decirles:
–Ahora comprendo que para Dios todos somos iguales. Dios ama a todos los que le obedecen, y también a los que tratan bien a los demás y se dedican a hacer lo bueno, sin importar de qué país sean”
Hechos 10, 34-35.
Nunca nos comparemos con nadie.
Somos originales, y nuestra originalidad consiste en que tenemos cualidades diferentes; y aunque hagamos cosas parecidas a otros, seguimos siendo únicos.
Tú eres como eres, no vas a ser igual a esa cantante “exitosa”, ni a aquel predicador “famoso”, tampoco como aquella persona que admiras. Podrás alcanzar más o menos, eso lo decides tú; pero no repetirás su historia.
Tú eres tú y Dios te ama tal como eres.
Tu originalidad la usará Dios con un propósito específico.
Podemos ver en la Biblia que la mayoría de hombres usados por Dios no eran perfectos,
pero los utilizó de una manera especial, según sus cualidades y posibilidades;
sin descartar sus defectos, sin pedirles ser perfectos.
Vemos que Dios actúa a través de hombres y mujeres de carne y hueso: con carácter fuerte (Pedro),
con muchas dudas (Tomás),
con un pasado difícil (Magdalena),
hombres que reconocían sus debilidades (Pablo),
hombres que pensaban que no eran dignos de ser usados por Dios (Isaías, Jeremías)
hombres que se negaban a su llamado (Jonás),
hombres con mucho orgullo pero que llegaron a ser humildes (Moisés)
y así una larga lista de personas con luchas, debilidades y situaciones difícil como las nuestras.
Jamás te sientas menos que otros, porque para Dios no hay favoritos.
Todos somos sus hijos, su especial tesoro.
A tal punto que nos amó tanto que envió a su único Hijo a salvarnos de nuestros pecados. Cada uno tiene las mismas probabilidades de ser usado por Dios de gran manera; pero para ello debemos buscarlo, intentar agradarle descubriendo y siguiendo su voluntad.
Dios, aun con tus debilidades y defectos, puede usarte de forma especial para hacer historia.
Dios nos llama y su llamado ha dejado huellas claras en nosotros.
Para saber qué quiere de nosotros debemos mirarnos interiormente y tomar conciencia de las cualidades, las capacidades, como las limitaciones y los defectos que tenemos.
Dios no nos llama sin darnos las fuerzas y las posibilidades de realizar el llamado.
Si sientes un llamado pero no tienes ninguna de las cualidades que para él se exigen sería bueno que discernieras con mayor detenimiento porque es probable que estés llamado a una misión distinta.
Pongo un ejemplo bien simple: no creo que Dios te llame a jugador de fútbol sin que tengas las capacidades físicas que se necesitan para ello.
Revisar bien si contamos con las cualidades necesarias para asumir una misión o llevar a cabo una tarea e insistes en ser un jugador de fútbol, un sacerdote, un médico, etc., entonces es probable que estés siendo un terco al que habría que invitar a repensar su vida. Habría que centrarse en dos aspectos fundamentales: qué siento y para qué tengo capacidades.
No puedo pensar que estoy llamado para hacer algo si al pensar en las realidades típicas de ese camino mi corazón se sobresalta y se deprime.
No puede ser que quieras ser médico,
pero nunca perder una noche en una sala de urgencias;
ni que quieras ser arquitecto, pero no te gusta dibujar planos.
El profeta Jeremías describe su ser profeta con una imagen muy viva:
"Pero la sentía dentro como fuego ardiente
encerrado en los huesos:
hacía esfuerzos por contenerla y no podía" (Jeremías 20,9).
¿Quién eres? ¿Cuáles son tus capacidades?
¿Cómo estás preparado para la vida?
¿Qué debes aprender?
Tienes que revisar tus talentos, tus cualidades, las capacidades que tienes.
Es claro que se necesita un buen índice de liderazgo, que se necesita capacidad para hablar, para consolar, para aconsejar, para dirigir, para entrar rápidamente en relación con los demás, una inteligencia emocional alta, una inteligencia racional mediada, capacidad de sacrificio, generosidad, entrega, responsabilidad, como capacidades mínimas para vivir.
P. Alberto José Linero Gomez, eudista
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