viernes, 11 de noviembre de 2011

EN DIQUE SECO

Padre Eduardo de Paola

Juan Pablo II nos lanzó el reto de una “nueva evangelización”
y Benedicto XVI no deja de recodarnos que debemos emprender nuevamente
el camino que nació en la jornada luminosa de Pentecostés.

Vemos en algunas partes del mundo, una incesante sangría de católicos
que emigran a otras denominaciones cristianas o a sectas u otras formas de religión
y no tenemos ni repuestas unificadas respecto al fenómeno,
ni mucho menos y consecuentemente soluciones.
En otras partes, vemos que una indiferencia casi rayana en la negación,
ha poblado los corazones antaño fervientes,
de católicos que han visto freezado el corazón, por el consumo,
el posmodernismo o las idolatrías del sexo o del placer en general, del poder o del tener.

En casi todas partes del mundo,
vemos a católicos que luchan a brazo partido
por mantenerse en la práctica de la fe en Jesús, pero vacíos interiormente.
Son los que cuando llega la hora de las respuestas difíciles a los cuestionamientos más agudos del mundo, sobre todo con respecto al dogma o la moral, alcanzan a balbucear :
“y… lo dice la Iglesia…!!!!”.

Cumplen lo más cuidadosamente posible las prácticas de piedad,
los preceptos de la Iglesia, acuden a los sacramentos periódicamente,
algunos hasta hacen una lectura periódica de la Escritura.
Pero carecen de “eros”, de pasión por Jesús y no pueden alcanzar sus “mismos sentimientos”.

Y queda al descubierto una persona limitada y débil,
atrapada por el saldo que deja todo intento de cursar el mundo sin Jesús:
la infelicidad, la soledad, la angustia, la impotencia, el dolor, la preocupación desmedida.

Entonces sienten que viven una fe carente de vitalidad, 
de fuego, y por eso mismo de alegría profunda,
de paz interior, de experiencia constante de felicidad.

Son en general, los que esperan todo eso, cuando finalmente todo termine acá
y lleguemos al cielo, donde, después de aguantar éste valle de lágrimas,
seremos consolados de todas nuestra desventuras terrenas.
Lo que implica olvidar que Jesús vino a anunciar que el Reino
había comenzado con El, presente entre nosotros,
y con el Reino la posibilidad de ser felices en la tierra,
como anticipo de un cielo que vamos fabricando todos los días con nuestras determinaciones, que nos acercan a Dios o nos separan de El.

Así nos ha ido invadiendo a todos la sensación cada día más cierta, de que hay que empezar de nuevo. Primero desde lo personal, para luego poder también empezar de nuevo desde la misión que tenemos como Iglesia. La cuál, como hizo cuando Juan XXIII planteó el Concilio Vaticano II, tiene que comenzar de nuevo a evangelizar, según el modelo que el mismo Jesús nos dejó, porque está probado que fue un esquema exitoso.., hasta hace unos años.

Lenta pero decididamente la vieja barca de Pedro, averiada por el tiempo, los embates de las tormentas y rezagada ante las nuevas tecnologías de la navegación, va entrando en dique seco, para una reparación que le permita iniciar esperanzadamente, de nuevo, el gozoso camino de anunciar a todos los corazones la Buena Noticia de Jesús.

¿A LAS 4 DE LA TARDE
O A LAS 9 DE LA MAÑANA?

“Estaba Juan Bautista con dos de sus discípulos y mirando a Jesús que pasaba, dijo: “Ese es el Cordero de Dios”. Los dos discípulos, al oírlo hablar así siguieron a Jesús. El se dio vuelta y viendo que los seguían, les preguntó ¿qué quieren?. Ellos le respondieron: “Rabbí-que traducido significa Maestro- ¿dónde vives?. “Vengan y lo verán”, les dijo. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Era alrededor de la cuatro de la tarde. Uno de los dos que escucharon las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo: “Hemos encontrado al Mesías”, que traducido significa Cristo. Entonces lo llevó donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: “Tu eres Simón hijo de Juan: tu te llamarás Cefas” que traducido significa Pedro. (Jn 1. 34-42)

Así como parece inevitable que la vieja barca entre en dique seco y de hecho tenemos signos como Aparecida, que nos lo indican, para relanzar su tarea evangelizadora, lo que todavía está confuso e indeterminado es a qué hora tenemos que botar de nuevo la barca de Pedro, para que comience a navegar en los mares del mundo, si a las 4 de la tarde o a las 9 de la mañana.

A las 4 de la tarde, Andrés entró en la intimidad de Jesús
y tuvo el privilegio de ser el primero en hacer una experiencia vital,
personal, estremecedora, del amor de Dios
manifestado en la Persona del Señor Jesús.
Salió al día siguiente, seguramente a la hora sexta,
cuando comenzaban las actividades, o sea a las 9 de la mañana.

Andrés no entró discípulo ni misionero al lugar donde Jesús vivía,
entró como un hombre –como nosotros- que caminaba detrás de Jesús
y a la pregunta de Jesús
¿Qué querés, qué buscás, por qué me seguís?
El respondió: quiero saber dónde vivís,
quiero entrar en tu intimidad y se animó.

Contestarle a Jesús nuevamente con un SI al “Vení y mirá”, es lo fundamental.
 A las 4 de la tarde Andrés era un hombre en búsqueda, a las 9 de la mañana del día siguiente era, hecho y derecho, un discípulo y un misionero que corre a contarle a su propio hermano que había encontrado al Mesías esperado durante milenios.

Necesitamos empezar de nuevo, pero necesitamos empezar haciendo una experiencia fuerte del amor de Dios en Jesús, para llenarnos de “ardor”, de “eros”; para que el basamento de nuestra fe no sean solo unos conceptos intelectuales, sino también un contacto vital con la Verdad, con el Amor, con la Vida.

El misionero logra serlo cuando puede transmitir a Jesús con su vida, es decir cuando lo tiene consigo, cuando fue protagonista de ese encuentro. Querer evangelizar antes de saberse y sentirse hijo amado por Dios sería como empezar a caminar desde el segundo paso: imposible. Necesitamos arrancar a las cuatro de la tarde y animarnos a pasar el día con Jesús. A las nueve de la mañana  saldremos de allí con la urgente necesidad de encontrar a alguien para contarle que nos hemos enamorado de este hombre que es el Hijo de Dios.

¿Cómo se llama esa experiencia de Andrés que comenzó a las cuatro de la tarde y terminó al día siguiente a las nueve de la mañana?
Se llama PRIMER ANUNCIO DEL EVANGELIO

Se habla, se escribe, se predica, sobre el Primer Anuncio, pero la mayoría de los fieles, y yo diría respetuosamente de lo sacerdotes y también de algunos Obispos, no saben qué es.
Es eso: una fuerte, inolvidable y transformadora para siempre,
experiencia del Amor de Jesús, nacido para nuestra salvación y Muerto y Resucitado por Amor a cada uno de nosotros.
Jesús le cambia el nombre a Simón, para que recuerde siempre, que en el encuentro experiencial con El, hay un antes y un después.

Sin el Primer Anuncio estamos privando al mundo de la experiencia más plena que una persona puede vivir, o lo que es peor, disfrazándola, es decir, vendiendo algo que no es, sin esencia. Lo que pudiera significar, posiblemente, que no le hemos dicho Si cuando nos dijo “Vení y Mirá”. Porque quien lo encuentra, ya no puede callarlo.

No se puede arrancar a las nueve de la mañana.
Ya lo probamos de mil formas y no da resultado.
Aparecida, en su título y solo en su título, nos da la sensación de que hay que comenzar a las nueve de la mañana. Eso crea confusión.

LA APARIENCIA DE APARECIDA

Este Documento de los Obispos de América,
tiene como subtítulo
“DISCIPULOS Y MISONEROS DE JESUCRISTO, PARA QUE EN EL TENGAN VIDA”.
La apariencia, cuando leemos el título es que nos están diciendo que hay que empezar de nuevo a las nueve de la mañana

Pero hay que leer el Nº 226 del Documento:
“Hemos de reforzar en nuestra Iglesia cuatro ejes:
a)LA EXPERIENCIA RELIGIOSA. En nuestra Iglesia debemos ofrecer a nuestros fieles un “encuentro personal con Jesucristo”, una experiencia religiosa profunda e intensa, un anuncio Kerygmático y el testimonio personal de los evangelizadores, que lleve a una conversión personal y a un cambio de vida integral.
b) La vivencia comunitaria……
c)La formación bíblico doctrinal…..
d) El compromiso misionero…….”

Los Obispos dicen que hay que reforzar o sea, hacer fuertes, cuatro EJES.
Los ejes son aquellos sobre los cuales gira todo. Si tenemos que empezar de nuevo, los Obispos, movidos por el espíritu Santo nos dicen: “por favor, que lo primero sea el Primer Anuncio”, ofrezcámosle a los nuestros la posibilidad de hacer un “encuentro personal con Jesucristo”

Después viene la comunidad, la formación bíblica, el compromiso misionero, que también son ejes, no accesorios, pero primero lo primero.

Juan Pablo II mucho antes, en el Directorio Catequístico General, en el Nº 48 explica el proceso evangelizador y dice:
“Proclamar explícitamente el Evangelio,
mediante el Primer Anuncio, llamando a la conversión.”

-Luego se inicia en la fe y la vida Cristiana, mediante la catequesis y los sacramentos de iniciación a los que se convierte a Jesucristo o a los que reemprenden el camino de su seguimiento, incorporando a unos y reconduciendo a otros a la comunidad cristiana.
-Luego hay que alimentar constantemente el don de la comunión en los fieles mediante la educación permanente en la fe, los sacramentos y el ejercicios de la caridad.
-Finalmente hay que suscitar la misión, al enviar a todos a anunciar el Evangelio con palabras y con obras, por todo el mundo.”
Todos coinciden en que no hay posibilidades de un proceso evangelizador sin comenzar a las 4 de la tarde.

SENTIR

El “sentir” se ha convertido en el último argumento de la autenticidad y de recto obrar: escuchamos permanentemente a la gente decir que solo va a Misa cuando lo “siente” porque no quieren ser falsos.
“Y …si lo siente …está bien” escuchamos como último argumento de moralidad de los actos.
Este “sentir” se ha convertido en un ídolo de esta cultura, que extremado en su uso, no es conducente a la felicidad del hombre, lo animaliza.

Pero ¿podemos prescindir totalmente de lo sensible
en nuestra relación con Dios?.
Basta ver la economía de la salvación y como eligió Dios la Encarnación del Verbo para acercarse sensiblemente a nosotros, para darnos cuenta que de ningún modo es despreciable o se puede dejar de lado, más allá de las exageraciones.

Esa experiencia personal con el Amor de Dios en la Persona de Jesús que es el Primer Anuncio, es el momento más hermoso de la vida de un hombre: sentirse amado personalmente por Dios, sentirse como transportado al seno de la Trinidad y hallarse en el vértice de amor que corre entre el Padre y el Hijo. Y todo esto en un instante, sin palabra ni reflexión alguna
Pero ¿por qué esa insistencia en el “sentir”?
¿Es necesario realmente experimentar ese Amor de Dios?
¿No es suficiente y hasta más meritorio tener la fe?.
Cuando se trata del amor, el sentimiento también es Gracia:
“Nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene” 
1 Jn 4, 16).
No solo hemos creído, sino que también hemos conocido y en la Biblia,
conocer significa experimentar. 
creer con la inteligencia y la voluntad y conocer por la experiencia
es lo que nos pone en la intimidad del Amor que Dios nos tiene.

En el seno de la Trinidad, el amor del Padre se dirige al Hijo,
pero no termina en él, ni se detiene, sino que a través de él se prolonga al Espíritu,
así también ocurre fuera de la Trinidad.
El amor de Dios viene a nosotros, pero no termina en nosotros:
llega, nos atraviesa y nos impulsa a amar a nuestra vez,
con el mismo amor con que El nos ama.

El amor de Dios crea el éxtasis de la salida de uno mismo.
Detenernos en el primer movimiento,
limitarnos a ser destinatarios del amor de Dios y no también repetidores,
sería como detener el curso de un río: lo hacemos pantano.

El Jordán en su curso forma dos mares: el mar de galilea y el Mar Muerto.
El Mar de Galilea recibe las aguas del Jordán pero las deja pasar
y es un mar lleno de vida, en cambio en mar Muerto recibe las aguas del Jordán pero las retiene y es eso: un Mar de muerte, de salinas, de desierto.

A LAS CUATRO DE LA TARDE JESUS NOS PREGUNTA
¿ QUÉ QUIEREN, QUÉ BUSCAN, POR QUÉ ME SIGUEN?

Queremos conocer el amor que Dios nos tiene en la Persona de Jesús,
queremos hacer experiencia de ese amor, necesitamos el ardor que deviene de esa experiencia, para dejarlo pasar, para no guardarlo y hacernos con Andrés misioneros de las nueve de la mañana. Eso es el PRIMER ANUNCIO.

Por ahí tenemos que empezar.
Esa es la hora de botar nuevamente la vieja barca de Pedro: las cuatro de la tarde.
Y con todo el entusiasmo, la fuerza,
el optimismo, la esperanza y el ardor de los Apóstoles en el día de Pentecostés,
lanzarnos a iniciar nuevamente la siembra de la mejor, la más hermosa y la más feliz de todas las Noticias: Jesucristo, el Hijo de Dios que nos ama
y da su vida por nosotros, para, en la Resurrección,
entregarnos una vida nueva que es la Vida de Dios en nosotros.

Quizás también se pueda agregar algo así: “Primer” nos dice claramente que no es uno, pero si que antecede a todos en el orden. “Anuncio” nos da la impresión de que algo importante se va a decir. Habrá toque de trompetas para anunciar que Dios nos ama y ya nos salvó por medio de su Hijo, que vive hoy y también hoy quiere instaurar el Reino en la Tierra, en nuestras vidas.

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