lunes, 14 de noviembre de 2011
Días grises de 24 horas
P. Alberto José Linero Gómez, eudista
Todos los seres humanos tenemos días tristes que parecen coloreados con un gris intenso, días nublados en los que no dan ganas de salir de casa y, realmente, no dan ganas de hacer nada. Días en los que estamos más sensibles y nos cuestionamos sobre el sentido, es decir, el por qué y el para qué, de todo lo que sucede y sobre todo de la vida misma.
Son días en los que la tristeza sea hace dueña nuestra y sentimos en el pecho, en los ojos, en la boca, en el corazón, en los tobillos, mejor dicho, en todas partes. Días en los que las palabras son tacañas, difíciles de encontrar y no cumplen su función de ser puente entre lo que tenemos “dentro” y lo que está afuera. A veces, tenemos claro por qué estamos así, conocemos la situación que ha desencadenado esas sensaciones, en cambio otras ni sabemos el por qué, pero eso no hace que neguemos que existen ese cúmulo de sensaciones.
Ya, al inicio, dije que todo pasamos por esos días, todos nosotros los humanos. Porque muchos, como me ven sonriente, con ganas de tragarme la vida, apasionado por cada situación y tratando de ser siempre un portador de esperanza o de ánimo para todo el que encuentro, dudan sobre si tengo o no esos sentimientos; o, simplemente, me conceden poderes “sobrenaturales” que no tengo, ni creo que existan. Por ello, quiero compartirte lo que hago en esos días para levantarme el ánimo, una experiencia mía que pueda servir de luz que pueda iluminarte sobre cómo salir de esa sensación pasajera y volver a la habitual actitud animada y entusiasta:
1. Recuerdo lo bueno que me ha pasado. Me centro en todas las cosas chéveres de mi vida. Hago flash back por todo lo que he disfrutado y gozado. Sabiendo que eso no me lo quita ya nadie, porque lo viví y está en mi corazón, lugar inviolable. No dejo que mis apreciaciones “cáusticas” le quiten brillo a esos recuerdos. Tengo mi propio palmarés y, de alguna manera, mi propia vanidoteca, y en días grises, vale la pena visitarla. Esto para que quede claro: ninguna situación me podrá hacer creer alguien no soy valioso, ni mucho menos hacerme sentir que no puedo continuar triunfando en la vida.
2. Converso con gente que me quiere, me anima y me acompaña. Hay mucha gente que no lo quiere a uno –algunos con razón y otros por envidia o incompatibilidad de caracteres- esa gente –que es muy útil para otros momentos, pues nos hacen ver errores y dicen verdades pesadas, duras, dolorosas, que ayudan- hay que evitarla en esos días. No podemos propiciar encuentros con los negativístas, los “baja caña”, los destructores, a esos hay que zafarlos en estos días. Hacerlo sería como juntar fuego con gasolina. ¿Te imaginas, uno medio “depre” y estos manes “carboneando” con comentarios más negativos. Es el momento para hablar con gente que tiene palabras de animo, de fuerza, de gozo, de agradecimiento para con uno. Molestando en mis conferencias digo que, en días cómo estos, llamo a Santa Marta, donde la Señora Rosina Gómez de Linero y le pregunto ¿quien es el mejor cura del mundo? A lo que ella –siempre tan objetiva y neutral, cuando se refieren a cosas de sus hijos- grita que yo, y saben que le creo, y eso hace que el gris trate de pasar.
3. Uso mi disciplina para hacer algo. No me quedo allí. No me encierro. No dejo que la depre tome el control de mis días, no dejo que todo siga oscuro. Hago algo. Lo que me gusta. Lo que me hace estar pendiente de otras cosas. Muchas veces voy a servir y ayudar a los otros, eso siempre es bueno. Otras veces es jugar al fútbol-aunque sigo sin mucha movilidad, claro que hago todavía hago mis goles- juego baloncesto –aunque mis rodillas se nieguen a saltar como antes- o tenis –en el que soy un principiante, pero que me hace sudar y concentrarme en otras cosas-. Hago algo. Por ningún motivo me quedo tirado en la cama. Eso hace el día más gris. Otras veces me voy a ver el mar, que tiene para mí una inspiración bárbara.
4. Vivo mi fe. ¿Saben? Es lo bueno de creer. En días como estos mi fe me hace tanto bien. Reflexiono, medito, oro, despierto mi relación con Dios Padre, que me ama y me da todo, sin importar nada de lo que vivo (Romanos 8,31-39); me trato de ver en los ojos tiernos y firmes del Resucitado que sufrió como sufro yo, pero me enseñó que debemos ser fieles al Padre en todo; y me dejo mover por el Espíritu Santo que me invade, desde dentro actúa en mí y me llena de esa fuerza que requiero para salir adelante. Son días en los que vuelvo a leer y hacer mío al profeta Habacuc 3,15-17: “Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas del aprisco, y no haya vacas en los corrales; con todo, yo me alegraré en el Señor, y me gozaré en el Dios de mi Salvación. Yahvé el Señor es mi fortaleza.”
Disculpen que les haya hablado de mí; pero eso es lo que hago en esos días tan grises, tan grises. Espero les ayude en algo a salir del gris oscuro de 24 horas que pueden estar atravesando hoy.
fuente: Blog del padre Alberto José Linero Gómez
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