sábado, 27 de abril de 2013

Trabajar las emociones heridas


Problemas siempre existen. Dificultades en las relaciones son relativamente normales. No podemos, bajo ninguna hipótesis, permitir que esas dificultades se transformen en resentimientos.
Existen situaciones que escapan a nuestro control, que acaban por generar desentendimiento. Pero eso jamás puede ser un obstáculo para que vivamos como hermanos y nos amemos cada vez más. El secreto es no dejar que el sentimiento negativo se transforme en resentimiento. La verdad precisa aparecer siempre. El gran criterio para nuestras relaciones, que tiene que estar por encima de cualquier duda o discusión, es la verdad del Evangelio (cfr. Gal 2,14)
Es necesario aprender a expresar nuestros sentimientos positivos y también los negativos. No adelante en nada querer martirizarse guardando todo en el corazón. Es preciso aprender el fabuloso arte de expresarse, especialmente cuando somos fustigados por sentimientos corrompidos y sucios. Si es de por sí difícil expresar los buenos sentimientos, cuánto más expresar correctamente los sentimientos envenenados. Es necesario saber cómo hablar y, sobre todo, hablar con el objetivo de hacer crecer, de desear la sanación del otro y no su destrucción.

Necesitamos descubrir nuestros sentimientos y nuestras reacciones para trabajarlos correctamente a fin de que no se transformen en resentimientos. Es necesario aprender a convivir con las limitaciones del corazón y, aún más, aprender a compartir de modo positivo las emociones negativas. La liberación es consecuencia de un serio esfuerzo en pos de ese objetivo. Nadie está inmune al resentimiento. Nadie consigue superarlo solo con algunos buenos consejos.

El ser humano vive y se abastece por el dialogo. Ese es el modo natural de comunicación, pero parece que nos olvidamos de algo tan obvio y evidente, y, delante de los problemas de relaciones, nos cerramos en un silencio sepulcral. Sin el coraje de dialogar no existe la menor posibilidad de evitar que los problemas más comunes del día a día acaben por transformarse en resentimiento. Además del dialogo honesto, maduro, sincero, abierto, franco, es preciso presentar a Dios nuestras dificultades para relacionarnos. Todo lo que somos y todo lo que sentimos debe ser objeto de nuestras oraciones. La sanación del resentimiento es fruto de esa doble dimensión de comunicación humana: dialogo con las personas y dialogo con Dios (oración).
Así como la oración necesita ser sincera, el dialogo también debe obedecer esa ley fundamental. Sinceridad significa estar “desarmado”. No hay manera que un dialogo sea canal de sanación si voy al encuentro del otro con el corazón armado y pronto para criticar, pelear, ofender y culpar. Eso no es dialogo, es provocación. Es claro que preciso tener la libertad de expresarme con la mayor verdad posible. Amar es hablar todo lo que pienso al otro, pero es también poder hablar sin pensar. Además, esa es también la gran oración que necesitamos aprender. La oración más poderosa que hacemos es cuando tenemos el coraje de hablar abiertamente con Dios. La mejor oración para la sanación es aquella que hacemos cuando no estamos rezando.
En el dialogo fraterno y honesto no puede existir la intención de ofender al otro o de devolver la ofensa recibida. Si existe esa intención, es mejor dejar el dialogo para otra hora. Todo lo que hablamos en la hora de la exaltación y de la rabia solo ayuda a aumentar el problema y profundizar la herida. El dialogo solo es sanador cuando ocurre en un clima de amistad fraterna, con el objetivo de solucionar el problema, de sanar la herida y de llevar a la otra persona a crecer. El dialogo solo es sanador si ayuda a quien habla, a quien escucha. O ayuda a sanar a los dos envueltos en el proceso o no es sanación del resentimiento.

Por eso, el dialogo sanador exige el coraje de oír. Es necesario colocarse en el lugar del otro, intentando percibir el problema a partir del punto de vista de él, saber cómo el otro está viendo y sintiendo la situación. Solo existen peleas cuando esas visiones son absolutamente contrarias y cuando uno de los dos no consigue dar el brazo a torcer.

P. Léo, scj
 Libro: “A cura do ressentimento”
 Adaptación y traducción Del original en portugués: Miguel – Comunidad Piedras Vivas

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