“...hoy tengo que alojarme en tu casa.”
Las personas de las cuales te acabo de hablar, se parecen a Zaqueo. Desean ver a Jesús para saber quién es, y por eso se quedan cortos todo razonamiento y toda luz natural. Avanzan, pues, delante de toda la multitud y de la dispersión de las criaturas. Por la fe y el amor suben por encima de su pensamiento, allí donde el espíritu permanece lejos del afecto a toda imagen y libre de todo. Es allí donde Jesús es visto, reconocido y amado en su divinidad. Porque él está siempre presente en todos los espíritus libres y elevados que, amándole, han sido elevados por encima de ellos mismos. Es allí que desborda plenamente en dones y gracias.
Y sin embargo, dice a cada una de ellas: “Baja enseguida, porque una libertad de espíritu elevado no puede permanecer allí si no es gracias a un espíritu de humilde obediencia. Porque es necesario que me reconozcas y me ames como Dios y como hombre, a la vez elevado por encima de todo y abajado por debajo de todo. De tal manera que tú podrás saborearme cuando yo te eleve por encima de todo y más allá de ti mismo, en mí, cuando tu te abajes por debajo de todo y de ti mismo, conmigo y por mí. Es entonces que vendré a tu casa, permaneceré en ella y viviré allí contigo y en ti, y tú, conmigo y en mí.”
Cuando alguien conoce esto y lo saborea siente en sí, baja rápidamente, y no se estimando en nada sino con corazón humilde, decepcionado de su vida y de todas sus obras, se dice: “Señor, yo no soy digno, sino muy al contrario, en la morada de mis pecados que son mi cuerpo y mi alma soy indigno de recibir tu cuerpo glorioso en el Santísimo Sacramento (Mt 8,8). Pero tú, Señor, dame tu gracia y ten piedad de mi pobre vida y de todos mis fallos.”
Beato Juan van Ruysbroeck (1293-1381)
canónigo regular
El espejo de la bienaventuranza eterna
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