Evangelio según San Mateo 20,20-28
La madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante él para pedirle algo."¿Qué quieres?", le preguntó Jesús. Ella le dijo: "Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda"."No saben lo que piden", respondió Jesús. "¿Pueden beber el cáliz que yo beberé?". "Podemos", le respondieron."Está bien, les dijo Jesús, ustedes beberán mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi Padre".Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos.Pero Jesús los llamó y les dijo: "Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad.Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes;y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo:como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud".
Queridos amigos:
Hoy es una fiesta grande. Celebramos el recuerdo vivo de uno de los 12, de aquellos elegidos personalmente por Jesús, el Maestro, que anduvieron por Galilea con Él, junto con algunas mujeres y algunos más, escuchando sus enseñanzas y siendo enviados a hacer lo mismo que Él hacía. Que llegaron a Jerusalén con grandes expectativas, que comieron la cena pascual con el Señor, que tuvieron miedo y huyeron… Y que finalmente fueron testigos de la Resurrección, en aquella Pascua y aquél Pentecostés que les dio de nuevo la fuerza para ser los testigos de Cristo hasta los confines de la tierra, sobre cuyo testimonio se asienta la fe de nuestra Iglesia, transmitida de generación en generación… hasta nosotros. Le conocemos como Santiago “el Mayor”, hijo de Zebedeo y hermano de Juan, y según la tradición, predicó el Evangelio hasta “Finisterre” (el “fin de la tierra” conocido en aquel momento), y cuyo sepulcro se haya en la ciudad española de Santiago de Compostela, a donde peregrinan cada año muchas personas, especialmente en los “años santos”, que se celebran cuando el 25 de julio cae en domingo.
Se podrían decir muchas cosas de Santiago. Mirando las lecturas de hoy, quizá podríamos condensarlas en dos palabras: “barro” y “aliento”. Son dos palabras que pueden describir a todo ser humano, desde el relato de la Creación, en Génesis 2: el ser humano es formado del “barro” (símbolo de la fragilidad), y sobre ese barro, Dios sopla su “aliento” (símbolo de la vida, y sinónimo de “espíritu”).
En Santiago vemos una manera de concretar ese ser “barro y aliento”. Por un lado, aunque había oído a Jesús hablar de ser los últimos, de servir… pervive en él el anhelo de dominar, de ser uno de los primeros en el nuevo Reino que anuncia el Maestro, de sentarse a su derecha o a su izquierda, junto a su hermano. Jesús no escogió hombres perfectos, sino seres de “barro”, que tuvieron que hacer su camino de aprendizaje. Y desde ese barro, avanzado ya el camino, le vemos, tras la Pascua, predicando con valentía: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres…”. Una muestra del “aliento” de Dios, que con el nuevo envío del Resucitado se hace en ellos fuerza del Espíritu Santo.
“Barro y aliento”: esa es la vida de los santos, porque puede ser la vida de toda persona. “Este tesoro del ministerio lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros. Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan (…) llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo”. Así también puede ser tu vida, si, como Santiago, como María… dejas que en tu barro sople el Señor el aliento de su Espíritu. ¿Te atreves?
Nuestro hermano en la fe:
Luis Manuel Suárez CMF
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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