Consuelo y alegría en el Señor
Cuando a propósito de María Magdalena, se leía en el Evangelio que “Al entrar en el sepulcro vio dos ángeles…” (cf. Lc 24,4), Gertrudis dijo al Señor: “¿Dónde está Señor esa tumba en la que tengo que mirar para encontrar consuelo y alegría?” Entonces el Señor le mostró la herida de su costado. Cuando ella se inclinaba a su interior, hacia el lugar donde estaban los ángeles, percibió dos palabras. La primera fue: “No podrás jamás estar separada de mi, de mi comunión”. Y la siguiente: “Todas tus obras me son perfectamente agradables”.
Ella estuvo estupefacta y, plena de dudas, se preguntaba cómo eso era posible. Ella era tan imperfecta, que el conjunto de sus obras no hubieran gustado a ningún hombre en este mundo, a causa de los defectos escondidos que descubría a veces. Entonces, ¿cómo podría gustar al conocimiento infinitamente luminoso, que encuentra mil defectos donde el hombre enceguecido llega a encontrar uno sólo apenas?
El Señor le respondió: “Supongamos que tienes un objeto en mano. Puedes fácilmente mejorarlo si quieres y tienes la facultad de hacerlo más agradable para todos. ¿Descuidarías de hacerlo? Lo mismo conmigo. Del hecho que tienes el hábito de confiarme frecuentemente tus obras, yo las tengo en mi mano. Como mi total poder me otorga la fuerza y mi sabiduría inescrutable, la capacidad, tengo el placer en mi bondad de mejorar todas tus obras, de tal manera que puedo complacerme, yo y todos los habitantes del cielo”.
Santa Gertrudis de Helfta (1256-1301)
monja benedictina
El Heraldo, Libro IV (SC 255, Œuvres spirituelles, Cerf, 1978), trad.sc©evangelizo.org
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