“Les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras” (Lc 24,45)
¿Dónde encontraremos las palabras de Jesús, estas palabras que deben ser el agua que “se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna”? (Jn 4,14). Primero, en el Evangelio. Ahí escuchamos a Jesús, Verbo encarnado, lo vemos revelar lo inefable en palabras humanas, traducir lo invisible en gestos comprensibles para nuestros débiles espíritus. Sólo tenemos que abrir los ojos, disponer nuestro corazón para conocer su claridad y gozarla. (…)
El Antiguo Testamento ya revela que Cristo Jesús “era ayer, tanto como es hoy y será mañana” (cf. Heb 13,8). ¿No está escrito que es de su persona que Moisés ha hablado? ¿No citó frecuentemente las profecías que le conciernen? Los Salmos desbordan de él, al punto de ser, según una bella expresión de Bosuet “un Evangelio de Jesucristo expresado en cantos, afectos, acción de gracias, deseos piadosos” (Elevación sobre los misterios, Xº Semana, 3º elevación).
Cristo nos revela todo el tesoro de la Escritura. En cada una de sus páginas leemos su nombre. Sus páginas son plenas de él, de su persona, perfecciones, gestos. Cada una nos dice su amor incomparable, bondad sin límites, inagotable misericordia, sabiduría inefable. Nos revelan las riquezas insondables de su vida y sufrimientos, los supremos triunfos de su gloria. (…)
Para que esta palabra sea en nosotros “viva y eficaz”, que toque realmente el alma y sea fuente de contemplación y principio de vida, la tenemos que recibir con fe y humildad y con un deseo sincero de conocer a Cristo y unirnos a él para caminar en sus huellas. El conocimiento íntimo y profundo, la percepción sobrenatural y fecunda del sentido de las Sagradas Escrituras es un don del Espíritu, don precioso que Nuestro Señor, Sabiduría eterna, ha comunicado a sus Apóstoles en unas de sus últimas apariciones (Lc 24,45).
Beato Columba Marmion (1858-1923)
abad
La oración monástica (Le Christ Idéal du Moine, DDB, 1936), trad.sc©evangelizo.org
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