martes, 29 de diciembre de 2015

Meditación: Lucas 2, 22-35

Un hombre justo y piadoso, que esperaba la restauración de Israel” (Lucas 2, 25)

El anciano y fiel Simeón pasaba mucho tiempo en el templo y sin duda disfrutaba de la oración pública, las ofrendas y las ceremonias que allí se realizaban.

Pero su vida espiritual comprendía mucho más que la sola observancia religiosa; su asidua presencia en el templo era una clara expresión de su anhelo de Dios. Es fácil imaginarse que al despertar cada mañana decía “Aquí estoy, Señor. ¿Qué quieres decirme hoy?” Por su constante vigilia frente a Dios, “guiado por el Espíritu Santo, Simeón fue al templo.” Conocía bien las Escrituras y confiaba en que Dios cumpliría sus promesas; esperaba al Mesías y sabía —también por acción del Espíritu— que “no moriría sin ver antes al Mesías, a quien el Señor enviaría.”

Cuando Dios mira dentro de tu corazón, querido lector, ¿Qué ve allí? ¿Fe, obediencia, entrega? ¿Ve a una persona dócil, que responde a su Espíritu? No te preocupes si no has llegado aún a esa etapa. Sólo confía en que, si le ofreces tu vida a Dios cada día, él te transformará según el modelo de Simeón.

Para mantener la mirada fija en esta meta, te sugerimos tomar ciertas medidas prácticas. Cuando reces, recuerda que eres un tesoro valioso para el Señor; confía en que Dios tiene reservado un plan especial para tu vida; cuando leas la Escritura, preséntale tus dudas al Señor y espera a que él te revele su fidelidad y su poder. Varias veces al día, haz un alto en tus actividades y dile al Señor que lo necesitas; renuncia a dejarte dominar por la duda o la inseguridad y él infundirá confianza en tu corazón. Guarda silencio y escucha: el Señor desea hablarte como le habló a Simeón; posiblemente quiera enseñarte a orar por alguien, abandonar un hábito de pecado que has mantenido por largo tiempo, hablarle a algún vecino o amigo acerca del amor de Dios o ayudar a alguien en necesidad.

Simeón fue dócil y obediente, y por eso vio el rostro de Jesús. ¡No deberías tú esperar menos, porque Dios quiere que todos los ojos contemplen su salvación!
“Amado Jesús, quiero verte con mis propios ojos. Sólo en ti encontraré verdadera paz y alegría. Señor, haz brillar tu luz en mi corazón para que reciba la gloria del Padre. ¡Cristo, tú eres mi esperanza de gloria!”

fuente: Devocionario Católico La Palabra con nostros

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