jueves, 10 de diciembre de 2015

Meditación: Mateo 11, 11-15

Si un violinista de fama mundial estuviera tocando en la estación del metro, ¿lo reconocería usted? Esto sucedió en enero de 2007, cuando el virtuoso internacionalmente renombrado Joshua Bell, con ropa casual, se puso a tocar su violín valorado en 3,5 millones de dólares en una estación del Metro en Washington, D.C. Tocó durante 45 minutos mientras cientos de personas pasaban a su lado sin siquiera hacer una pausa. Sólo dos personas se detuvieron a escuchar. Aquel día, Joshua Bell, que por lo general gana cientos de miles de dólares por cada presentación, recibió un total de 32 dólares en limosnas.

A veces la gente no consigue ver la importancia de una persona “común” o de un milagro que se obra a plena vista. Esto es especialmente cierto en las lecturas de hoy. Los judíos anhelaban que el profeta Elías volviera, según lo profetizado, venciera a sus enemigos e inaugurara una nueva era. Pero Jesús les dice que Elías ya había venido; era Juan el Bautista, pero ellos no lo reconocieron.

En efecto, Juan era el nuevo Elías, y Jesús era el Mesías de Dios. Pero ninguno de ellos actuaba como la gente esperaba, porque su conducta no coincidía con la cultura de la época; no se encuadraba en ninguno de los moldes que ellos se imaginaban.
Nosotros también podemos caer en una trampa similar. A veces, buscamos experiencias espirituales extraordinarias que nos dejen embelesados y que mágicamente transformen nuestra vida.

Miramos a Hollywood para sacar inspiración en nuestras disputas familiares o en graves problemas de finanzas, pero no vemos que Dios está ya con nosotros, obrando milagros silenciosa y humildemente delante de nuestros propios ojos; olvidamos que el Señor no vino para hacernos más fácil la vida, sino para hacernos más santos a nosotros.

Cuando el Señor vuelva, probablemente no aparecerá en un carruaje de fuego, pero en lugar de sentirnos decepcionados, podemos aceptar el otro mensaje de la lectura: Que Jesús está conmigo, tocando en mi corazón la sinfonía divina de la gracia y el amor de Dios con el virtuosismo más excelso que jamás oiré en mi vida. Haz un alto, hermano, y escucha la música celestial que sosiega el corazón.
“Amado Señor Jesucristo, ayúdame a reconocer los momentos de gracia y gloria que me ofreces y fortalece mi fe para confiar siempre en ti.”
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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