Uno de los temas centrales del evangelio es el perdón como fuente de vida que abre un camino y orienta una conducta. Esto tiene un profundo sentido salvífico y es signo de la presencia de Dios. Jesús, en este sentido, fue siempre motivo de escándalo: "porque identificó su conducta misericordiosa hacia los pecadores con la actitud de Dios mismo con respecto a ellos" (C.I.C 589). ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios? (Mc. 2, 7), es la permanente crítica a Jesús.
El evangelio de este domingo nos muestra uno de estos pasajes en la escena de la mujer adúltera que iba a ser dilapidada (Jn. 8, 1-11), y es presentada a Jesús. Luego de un silencio en el que Jesús comenzó a escribir en el suelo, les responde: "El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra". Al quedarse solo con la mujer, porque los acusadores se fueron retirando, Jesús le dice: "Yo tampoco te condeno. Vete, no peques más en adelante". No hay una aprobación de la conducta de la mujer, sí una crítica a la intención de los acusadores pero, sobre todo, una palabra de perdón que orienta el camino a la mujer.
El perdón no se queda en la falta cometida sino que se abre a una vida nueva. Podríamos decir que la vida de una persona no queda encerrada en su pasado sino que está abierta, por la gracia del perdón, hacia el futuro. En este sentido es iluminador aquel pasaje en el que Jesús, valorando el cambio de actitud de uno de los hijos, les advierte a sus discípulos que deben estar atentos: "porque los publicanos y las prostitutas pueden precederlos en el Reino de los Cielos" (Mt. 21, 31). A sus discípulos les recuerda que el pasado no es una garantía absoluta para ellos, en esas mujeres y en los publicanos, les dice, está la posibilidad de un cambio que las introduzca en una vida nueva. El Señor no se fija tanto en el pasado, en el "curriculum vitae", en lo que podemos presentar, sino en el futuro, en lo que estamos dispuestos a hacer. En última instancia, nos está diciendo, nuestra verdad está delante de nosotros. El perdón se inscribe en esa actitud de conversión y de gracia que proviene de Dios, que como Padre no abandona a sus hijos, incluso en el pecado: "Dios no envío a su Hijo para juzgar al mundo, sino para salvarlo" (Jn. 3, 17). El perdón es signo de vida y camino de esperanza.
Este perdón, que tiene su fuente en Dios y nos es comunicado por Jesucristo, no es olvido de la falta cometida, sino que busca un cambio de vida y nos introduce en la dinámica creativa de la gracia. Hablamos de un hombre nuevo. En Cristo se cumple la profecía de Isaías: "No se acuerden de las cosas pasadas, no piensen en las cosas antiguas, yo estoy por hacer algo nuevo" (Is. 43, 18-19). Si no descubrimos en Jesucristo el poder de este perdón que proviene de Dios no lo hemos conocido, haremos de él un buen predicador de temas morales, pero no será la presencia de Dios que: "tanto amó al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en él no muera, sino que tenga la Vida eterna". (Jn. 3, 16). Esta presencia de Jesucristo es actual, la podemos recibir de su Palabra y en los Sacramentos que nos ha dejado en la Iglesia. Cuaresma nos propone actualizar esta Vida Nueva para la que hemos sido creados.
Reciban de su obispo junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor que siempre está cerca y a nuestra espera.
Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz.
fuente: Portal Arzobispado de Santa Fe de la Vera Cruz.
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