lunes, 30 de enero de 2017

Meditación: Marcos 5, 1-20


En el Evangelio de hoy, el endemoniado vivía entre los sepulcros.

Marcos lo señala tres veces, quizás para cerciorarse de que lo entendamos bien: ¡entre los sepulcros! ¿No es ésta una idea perturbadora e inquietante?

¿Qué te viene a la mente cuando lees la frase “vivía entre los sepulcros”? Uno piensa en la muerte y la descomposición del cuerpo. El texto dice que los demonios que atormentaban a este hombre eran “espíritus impuros” (Marcos 5, 2). Evidentemente hay una relación entre la corrupción de los sepulcros y la opresión del endemoniado, porque los demonios le hacían recordar al hombre una realidad de la que no podía liberarse. ¡Qué terrible desesperación!

Pero conocemos el resto de la historia. Una vez liberado, el hombre encontró un nuevo lugar para estar: a los pies de Cristo, en presencia de Aquel que se preocupó lo suficiente como para preguntarle: “¿Cómo te llamas?”

A nadie se le ocurriría jamás vivir en un cementerio real; pero a muchos nos cuesta dejar de pensar en los traumas o heridas del pasado. En cierto modo, es como pasarse el tiempo en un mausoleo interno, porque en ese tétrico lugar el pensamiento de los propios defectos o fallas están siempre presentes; aunque son recuerdos e ideas que nunca vienen del Señor.

Lo bueno es que Cristo ha entrado en todos estos mausoleos para sacarnos a la luz y librarnos de los pensamientos dañinos. Hoy, cuando hagas tu oración, imagínate que te sientas a los pies de Jesús, tal como lo hizo el hombre del Evangelio. Allí, cada espina de condenación y cada dardo acusador que te lanza el maligno desaparece ante el amor de Jesucristo, y el Señor te hace recordar que tú estás revestido de misericordia y perdón.

Jesús te mira con amor y te invita a aceptar el perdón, la libertad y la dignidad que te ha concedido en tu vida: ¡Tú eres un hijo de Dios!

¿Te fijaste que, más adelante en el relato, el hombre sigue sentado, vestido y a los pies de Jesús? Por amor a Cristo y por el deseo de crecer en su nueva identidad, ¡el hombre no quiso marcharse! Tal vez nosotros también podamos encontrar nuestra nueva morada a los pies de Jesús, nuestro Redentor.
“Oh amado Jesús, tú eres mi Señor, mi Salvador y mi Libertador. A tus pies me quiero quedar y rendirte adoración todos los días de mi vida.”
Hebreos 11, 32-40
Salmo 31(30), 20-24

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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