«Cuando seas viejo..., te llevará a donde no quieras»
¡No tienes miedo de venir a esta ciudad de Roma, oh apóstol san Pedro!... No temes a esta Roma, dueña del mundo, tu que en casa de Caifás te has acobardado ante una sirvienta del sumo sacerdote. El poder de los emperadores Claudio y Nerón ¿acaso era menor que el juicio de Pilato o el furor de los dirigentes judíos? Sencillamente era que la fuerza del amor triunfaba en ti sobre las razones del temor; no creías deber tuyo temer a aquellos a quienes has recibido la misión de amar. Esta caridad intrépida, ya la habías recibido cuando el amor que profesaste al Señor se vio fortificado por su triple pregunta (Jn 21, 15s)... ¡Y para hacer crecer tu confianza tenías los signos de tantos milagros, el don de tantos carismas, la experiencia de tantas obras maravillosas!... Así pues, sin dudar de la fecundidad de la empresa ni ignorar el tiempo que te quedaba de vida, tu llevaste el trofeo de la cruz de Cristo a Roma donde te esperaban a la vez, por divina predestinación, el honor de la autoridad y la gloria del martirio.
En esta misma ciudad llegaba san Pablo, apóstol como tu, instrumento escogido (Ac 9,19) y maestro de los paganos (1Tm 2,7) para estar contigo en este tiempo en el cual todo lo que era inocencia, todo lo que era libertad, todo lo que era pudor estaban oprimidos bajo el poder de Nerón. Fue él quien, en su locura, fue el primero en decretar una persecución general y atroz contra el nombre cristiano, como si la gracia de Dios pudiera ser constreñida por la matanza de los santos... Pero «preciosa es a los ojos de Dios la muerte de sus santos» (sal 115, 15). Ninguna crueldad ha podido destruir la religión fundada por el misterio de la cruz de Cristo. La Iglesia no sólo no ha menguado sino que se ha engrandecido con las persecuciones; el campo del Señor se ha revestido sin cesar de una más rica siega, cuando los granos, cayendo uno a uno, renacían multiplicados (Jn 12,24). ¡Qué gran descendencia han dado esas dos plantas sembradas al desarrollarse! Millares de santos mártires, imitando el triunfo de estos dos apóstoles han... coronado esta ciudad con una diadema de innombrable pedrería!
San León Magno (¿-c. 461)
papa y doctor de la Iglesia
Sermón 82/69 para el aniversario de los apóstoles Pedro y Pablo
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