El pecado es una herida para el alma.
Aprendamos que nuestro médico está dentro de nosotros y mostrémosle las heridas de nuestros pecados. Que aquel que conoce cada pensamiento secreto escuche el gemido de nuestros corazones.
Que nuestras lágrimas lo conmuevan, y si tenemos que buscarlo con alguna insistencia, que le suban profundos suspiros desde el fondo de nuestro ser.
Que nuestros dolores lleguen a Él y que también nos diga, como a David: “El Señor… ha perdonado tu pecado”.
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