“Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido. Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran”.
Lc 24,13-16
Nosotros, que todavía no tenemos sentidos para ver al Señor, precisamos saber que cuando estamos en el dolor, en el sufrimiento o en grandes alegrías, no estamos solos, Jesús está a nuestro lado como estaba al lado de los dos discípulos.
La decepción ciega y nos hace pesimistas. Aquellos peregrinos de Emaús eran discípulos, pero todo lo que aconteció con Jesús –condenación y muerte- los decepcionó de tal manera que quedaron ciegos.
La decepción es inevitable, no depende de nosotros. Cuántos de nosotros nos decepcionamos y cultivamos ese sentimiento! Lo peor es que los efectos de ella aumentan dentro de nosotros con el pasar del tiempo.
Tenemos que renunciar a la decepción.
¿Tus sentimientos son de decepción?
¿Quién dice que somos regidos por nuestros sentimientos?
¿Eres tú quien debes dominar o son ellos quienes deben dominarte a ti?
No dejemos que sentimientos terribles y tóxicos nos contaminen. Una vez que la decepción no toca precisamos combatir y vencer esa dolencia. Los dolores del alma y del corazón son mucho peor que los dolores del cuerpo.
“Es imposible vivir sin sufrimiento”, enseña monseñor Jonas.
La decepción con las personas e instituciones ligadas a las religiones y a Dios son peores porque muchos acaban decepcionándose con la Iglesia y, consecuentemente, con el Señor. Esto es terrible porque lleva al enfriamiento y al apartamiento.
Como los discípulos de Emaús, precisas superar ese sentimiento renunciando a él. No se trata de negar que las personas erran. Tal vez hasta es posible que continúen erradas, pero es preciso que no guardes ese sentimiento en tu corazón. Renuncia a él y salva tu alma.
Si nuestros enemigos supiesen como sufrimos cuando nos decepcionamos quedarían contentísimos, porque ellos, al contrario de nosotros, continúan llevando su vida.
No tengas miedo, renuncia a tus decepciones; pide oración, pide que recen por ti, por la cura de tu corazón, de tus sentimientos.
Los discípulos decepcionados entraron en un pesimismo tremendo. Ellos reconocieron quien era Jesús, pero quedaron tan ciegos que la fe de ellos se eclipsó, y todo lo que dijeron del Señor fueron cosas pesimistas. Pero Cristo entra en escena y comienza a reprenderlos: “¡Qué poco entienden ustedes, y qué lentos son sus corazones para creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No tenía que ser así y que el Mesías padeciera para entrar en su gloria?» Lucas 24,25-26
Entonces Jesús comienza a hacer nuevamente toda una catequesis. Cuando los discípulos lo invitan a quedarse con ellos y preparan la cena, al partir el pan, ellos Lo reconocen, pero el Señor desaparece.
Mis hermanos, ¿cuál es La forma de salir de nuestra ceguera espiritual y del pesimismo? Es volvernos hacia Jesús.
Más allá de estar presente en el Sagrario y en la Misa, el Señor está con nosotros cuando trabajamos. Hasta cuando estamos haciendo cosas erradas, Jesús está con nosotros. Está contigo.
El remedio para la decepción es Cristo. Pero muchas veces hacemos lo contrario decepcionándonos y apartándonos de Él.
Es imposible vivir sin pasar por decepciones porque no depende de nosotros.
Es imposible vivir sin sufrimiento por eso tenemos que ser expertos en renunciar a ellos.
¿La espina entró? Retírala.
Es eso lo que Jesús viene a enseñarnos hoy.
Señor, que cada uno de mis hermanos y hermanas tengan la gracia de superar sus propias decepciones y sus consecuencias a partir de la ceguera espiritual y del pesimismo, porque lo que ella hace muchas veces es apartarlos de la Iglesia y de Ti.
Señor toca, cura a mis hermanos y dales coraje para renunciar cuando sientan los primeros síntomas de decepción.
Dios te Bendiga!
Monseñor Jonas Abib
Fundador Comunidad Canção Nova
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